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sábado, 30 de abril de 2016

El Programa Erasmus de los docentes: mi experiencia de profesor visitante en la Universidad de Pescara

   Uno de mis mayores lamentos como estudiante fue el no haber tenido la oportunidad de disfrutar de una estancia en otro país europeo con las famosas Becas Erasmus. Los incipientes programas que se hicieron me pillaron ya tarde y, además, por mucho que ahora pueda sorprender (sobre todo a los de las generaciones obligadas a emigrar de España por las lamentables políticas de empleo de nuestros sucesivos des-gobiernos), en aquel entonces el universitario cañí era bastante poco proclive a este tipo de experiencia, influido también, cómo no, por las enormes trabas académicas y burrocráticas (no, no es errata) que uno se encontraba para todo. Pero el problema principal seguía siendo el mencionado en primer lugar: los estudiantes españoles, sobre todo comparados con los anglosajones (y aun europeos en general), éramos más de pueblo que las amapolas. Y como dice el refrán castellano, vaya otra vez el burro por delante para que nadie se espante.


   Con todos los factores negativos que ha traído (como la esclerotización del profesorado universitario, convertido en rellenadores de informes burrocrátas y absurdos que para nada valen y nadie lee; pero dejemos esto para otro momento), la tabula rasa que supuso la adopción del sistema europeo de educación, lo que conocemos con el nombre de Proceso de Bolonia, hizo posible que aquellos amapolitos poco a poco se fueran desperezando hasta la eclosión actual del Programa Erasmus. Tampoco es que sea la panacea universal, y son enormes y razonadas las críticas de los estudiantes hacia este modelo universitario (como bien se demuestra aquí). Pero la movilidad fomentada por los Erasmus al menos ha permitido que los europeos comprueben por sí mismos cómo se hacen las cosas en otros lugares y que, contrariamente a lo mantenido por los des-gobiernos de cada país, no hay una y única forma de enfocar los estudios, y la vida, por añadidura. Hay muchas más y todas ellas son igualmente válidas.


   Este año he podido sacarme la espina y por fin proceder con mi ansiada estancia Erasmus. Ha sido mediante un acuerdo que mi actual universidad, Lancaster University, ha firmado con la Università degli Studi "Gabriel D'Annunzio". De las dos ciudades en que este centro tiene campus, Chieti y Pescara, me incliné por ir a esta última, decisión motivada porque allí da clases uno de los mayores expertos en poesía de cancionero que he conocido: Marcial Rubio Árquez, este caballero tan elegante que fuma en pipa a imagen y semejanza de nuestro comúnmente añorado Umberto Eco.


  Así que después de unos cuantos papeleos burocráticos (esta vez sin doble erre), empecé viajando en avión a Roma, por aquello de que hay que economizar y el máximo beneficiado por el programa Erasmus, el señor Ryanair, es el que tiene los vuelos más baratos entre Inglaterra e Italia. Con todas las incomodidades que supone viajar en el equivalente a las auriseculares galeras de Argel, lo cierto es que no me puedo quejar: visitar la Ciudad Eterna es siempre una bendición, aunque solo sea por unas horas.


   El viaje en autobús desde Roma hasta Pescara es cómodo, de apenas dos horas, y tiene el atractivo de recorrer el país casi desde el Tirreno hasta el Adriático, pasando por los Apeninos y los Abruzzos. Entre ríos, valles y pueblecitos encaramados en las montañas, como Roccacasale, el trayecto se disfruta como si uno estuviera en una novela de Edmondo de Amicis y fuese el mismísimo Marco.


   En Pescara encontré una ciudad portuaria típica, más grande de lo que esperaba, con el encanto que dan a tales núcleos urbanos todo el aparejo de los enseres de navegación, el barullo de los puestos de pescado, la actividad mercantil de los barcos y, por supuesto, las alegres caminatas por los paseos marítimos. Aunque el clima era todavía un poco frío cuando yo estuve, es fácil imaginar cómo será este sitio en verano: con todo el mundo disfrutando de playas y de gelatto.

  


  La universidad es pequeña pero dinámica, de fácil acceso y muy bien equipada en términos tecnológicos. Para empezar, se encuentra localizada en el centro mismo de la ciudad. Tal vez por deformación Complutense, siento debilidad por las universidades que están dentro de las ciudades, y no en lugares exentos y apartados. Me parece que las acerca más a todo el mundo y no las convierte en centros elitistas. Además, aunque no iba a estar por mucho tiempo, mis anfitriones del Dipartimento di Lingue, Letterature e Cuture Moderne tuvieron la amabilidad de facilitarme una oficina con mesa y ordenador para trabajar. En realidad solo necesitaba una tabla para apoyar mi portátil y apenas utilicé el que me dieron, pero el agradecimiento es el mismo.



  Gracias al programa organizado por el profesor Rubio Árquez, pude enseñar varias clases de cultura española de la Edad Media y los Siglos de Oro, además de dar una conferencia sobre Humanidades Digitales y su aprovechamiento en el estudio de tales materias. Me llamó mucho la atención lo altamente participativos que fueron los estudiantes italianos, sobre todo en la última sesión. Se ve que ahora que ya parece que vamos a comenzar a desenmascarar a los impostores que han abusado de tal etiqueta, la deconstrucción de las Humanidades Digitales va a tener que pasar, desde luego, por aquellos a quienes Marc Prensky denomina como "nativos digitales", pues a ellos es más difícil engañar.


 


  Aunque el acuerdo que hemos firmado por el momento solo incluye intercambio de profesores, estamos por ambas partes deseosos de extenderlo hacia los estudiantes, de forma que los nuestros puedan cursar italiano y español en Pescara y los italianos puedan venir a aprender inglés y otras materias a Lancaster. Desde luego, la idea esencial con la que regreso después de mi estancia es la de fomentar en lo posible tales vínculos. En términos educativos y casi, casi intelectuales, si algo queda de esa idea magnífica (vejada por sus miserables políticos, para no variar) de una Europa unida en su diversidad por rasgos culturales que asemejan a todos sus miembros, es precisamente el matiz que aporta el Programa Erasmus a todos los estudiantes que han pasado por él. Y esto es el logro más alentador del programa, incluidos a los profesores, cuando acudimos a ver cómo se enseña y qué en otros países que no son donde nosotros damos clase. Por más que los adláteres de la zoquetuda liberalidad pseudoeconómica gruñan quejándose de que los Erasmus solo son jóvenes de juerga y bebiendo alcohol pagados por sus impuestos, la realidad es otra bien distinta. Si os parece, intensitos macroeconómicos, cuando acaban su día de estudio los estudiantes se van a encerrar en un monasterio a copiar manuscritos a pluma de ganso... 


  En fin, dejemos de dedicar tiempo a quienes no lo merecen. Vaya un spritzer con Aperol y Campari para todos vosotros, queridos lectores, en celebración de mi primera estancia Erasmus como profesor. Y vaya también el brindis para expresar el deseo de que se sigamos colaborando con la Universidad de Pescara en el futuro.



sábado, 31 de enero de 2015

#Insoliteces (I): dos poemitas castellanos inéditos en un impreso latino de la Biblioteca de la Universidad de Barcelona

  Tanto en la página web de PhiloBiblon como en el perfil de Facebook  del mismo proyecto acaba de aparecer la noticia que paso ahora a comentar aquí. Las bibliotecarias de Reserva dela Universidad de Barcelona, mientras estaban registrando con detalle marcas de propiedad y otras anotaciones diversas, encontraron dos poemas castellanos del siglo XVI, copiados a mano entre los folios de guarda de un impreso de 1563. El ejemplar, con signatura topográfica M-5137, reproduce unos comentarios latinos al profeta Isaías por parte del teólogo belga Adam Sasbout (1516-1553). El libro lo imprimió Johan Graphei en la ciudad belga de Amberes, que en aquel entonces, en 1563, contaba con una notable presencia de españoles en sus calles, tal como ya me referí en otra anterior entrada de este blog. 


  Mi colega Gemma Avenoza, la experta en Biblias y manuscritos medievales a quien me atreví a reseñar hace tiempo, se puso en contacto conmigo para la edición de los poemitas que habían aparecido en las hojas de guarda de este impreso. El primero de ellos es este:


El poema fue catalogado ya por Brian Dutton (ID 4963) en su monumental obra El cancionero del  s. XV:  c. 1360-1520, al hallar el mismo poema, con el título de Acabarse am mis plazeres, en uno de los cancioneros musicales portugueses del primer cuarto del siglo XVI. La versión encontrada en el impreso antuerpiense custodiado en Barcelona parece, desde luego, una traducción al castellano de este texto original en portugués.

El texto editado por mí dice así:

  Acabarse han mis placeres
si me voy yo d’esta tierra.
¡Ay, mi Dios! ¿Quién me destierra?
Mis ojos nunca tendrán
otro descanso mayor                                        5
que es llorar con dolor
la vista que perderán.
Mis entrañas se abrirán
con tan justa y cruda guerra…
¡Ay, mi Dios! ¿Quién me destierra?                 10

  Como es frecuente en la crítica textual, utilizo la cursiva para indicar la reconstrucción de una letra o de cualquier elemento gráfico que está ausente en el original. Por ejemplo, si quiero que todo el mundo entienda el 'an' del primer verso, le añado una hache que no tiene en el original (en el Siglo de Oro no había aún regularidad en el uso de las haches, es normal, no es una errata). También subsano lo que puede ser una pequeña errata en el v. 9, pues en el original se lee 'gerra"; por eso, reconstruyo la 'u' que falta pero la marco en cursiva para que todos los lectores entiendan el texto y se percaten de que algo falta en el original. Debajo del poema, tal como puede verse en la imagen, se encuentra esta nota: A 18 de febrero empecé [a] dezir misa. Es una anotación personal de, me atrevo a sugerir, un antiguo posesor del libro, aunque no hay ningún dato que nos permita certificarlo con seguridad.

  La otra composición encontrada en el impreso latino de la Universidad de Barcelona es esta:


  Se trata de un soneto, Mi ofensa es grande, séalo el tormento (BIPA, Texid 12979), atribuido a un casi desconocido poeta del Siglo de Oro, el Padre Pedro de Tablares. Fue identificado por la profesora Avenoza gracias a la existencia de otra fuente del mismo texto encontrada por el profesor RalphDiFranco (Denver University), miembro del equipo de BIPA (Bibliografía de la Poesía Áurea). Las variantes textuales que presenta este texto con respecto a la fuente descrita en BIPA bien podrían indicar que el copista estaba haciendo un ejercicio de memoria, pues yerra en la colocación de algunas de las palabras, algunas rimas son irregulares y le falta un verso al soneto, en el último de los tercetos. Por estos motivos, editar este poema con cierto sentido para que pudiera ser leído me llevó más tiempo que el primero, ya que tuve que considerar todas estas dificultades. La versión final es esta:

  Fue grande la ofensa, séalo el tormento,
mas… ¡ay, tu desamor no me atormente!,
¡Ó, buen Jesús!, que de tu gracia ausente
pensarlo mata… ¿qué hará el sufrimiento?

  Tu cruz, tu sangre [y muerte] te presento,                             5
¡ó, ricas prendas de la pobre gente!
¿Permitirá tu amor divino, ardiente,
que tales esperanças llev’el viento?

  Mas triste de mí, que ya no miro
si tu bondad me salva o me condena:                                      10
tu honra lloro y por tu amor sospiro;

la honra satisfaz con cualquier pena
la culpa quita y quedaré libre d’ella.
[…………………………………]

Justo debajo de este poema se halla la anotación manuscrita en latín:

  Nihil bene cernit amor, videt omnia lumine caeco. Credit amor caecus dedecus esse decus.

  Se trata del conocido tópico de la ceguera del amor, que primero fue utilizado por Ovidio (Heroidas V.51) y más tarde por Andrés el Capellán en su tratado amoroso de tanto éxito en la Edad Media.


  No obstante, como indica el profesor Charles Faulhaber (University of California, Berkeley), es mucho más probable que el anónimo copista de estos poemas haya reproducido el tópico tomándolo del conocido sermonario de Pierre de la Palud, Sermones thesauri nouide tempore (Colonia, 1602, p. 347), que conoció diversas ediciones a lo largo de los siglos XV y XVI.

  Me despido de todos desde la Biritsh Library; quién sabe si podré encontrar algunos de estos pequeños poemas, alguna otra de estas insoliteces de mi investigación que quiero compartir con vosotros en este blog.




domingo, 30 de noviembre de 2014

#Bibliotecas (II): National Library of Scotland. Edimburgo, capital de la España exiliada

  El éxodo de jóvenes (y no tan jóvenes) españoles para encontrar el trabajo que las atroces políticas económicas de sus (des)gobernantes les niegan es, sin duda alguna, uno de los temas más importantes en la sociedad española de comienzos del siglo XXI, motivo de su abrumadora presencia en prensa, radio, televisión e Internet. Iniciativas como el reciente blog Desde todas partes (que enlazo aquí por haber aparecido en un medio de comunicación en contra del obsceno canon AEDE del que hablé en la anterior entrada), solo son la parte mínima dedicada a darle publicidad a este problema que amenaza con hacer de España un país empobrecido hasta límites que yo personalmente jamás pensé que vería con mis propios ojos. La lacra del desempleo afecta a todos los niveles, y al contrario de lo que contaminan voceros y paniaguados del régimen, no hay asomo de solución ni luz al final del túnel ni brotes verdes que no sean, al decir manriqueño, sino verduras de las eras


   El desempleo afecta a todos por igual, tal como indica este riguroso estudio estadístico; bueno, mejor dicho, afecta más a las mujeres que a los hombres (el tan clásico como repugnante desequilibrio machista de esas sociedades supuestamente modernas occidentales) pero también a mano de obra sin cualificar como cualificada. No hago distingos personales entre unos y otros: es lamentable en los dos casos, pues debería de haber trabajo para el humilde jornalero y para el doctor experto, pues la aportación de ambos es de igual forma vital para la sociedad. Sin embargo, precisamente el hecho de que la mano de obra titulada y con estudios no encuentre salida laboral adecuada es, sin más análisis, el causante de esta inmensa crisis que se percibe
en España a través de las diferentes mareas de protesta y de los movimientos sociales y políticos emanados del 15M. Y, por supuesto, es asimismo el motivo del efervescente ascenso de formaciones como Podemos, que están sabiendo canalizar mejor este abrumador desasogiego vital de la sociedad en general que la ignorancia (cuando no desprecio) del común mostrado desde siempre los ahora repentinamente más envejecidos que nunca partidos políticos de sesgo burgués.

  La relación entre este descontento y la ausencia de trabajos cualificados creo que la ha explicado Daniel Bernabé de manera inmejorable en este artículo. Me identifico con esta descripción porque, al igual que él, yo también soy otro niño del extrarradio de Madrid criado en el seno de 
esa generación de trabajadores incansables que eran hijos de campesinos que acabaron en la gran ciudad buscando un futuro mejor. Cómo en la bendita transición se les dijo que se olvidaran de esas aventuras de la revolución, que ellos, a lo mejor, podían estar apretando tornillos toda su vida, pero que sus hijos tendrían un porvenir, una carrera. Podrían ser médicos, abogados, lo que quisieran. Y ya ven los resultados del acuerdo.
    La farsa en que ha derivado esta situación roza el esperpento. Como tantos casos, al final de nuestros estudios, que tanto esfuerzo costaron a nuestras familias, no había más que la precariedad, la nada, o el exilio. La consiguiente desilusión queda sintetizada de manera extraordinaria en esta pancarta que he visto en alguna de las manifestaciones populares de los últimos años.


   Siempre que sale este tipo de conversación con mis amigos y familiares, insisto en que la emigración forzosa no es de ahora, es un proceso que abarca todo el siglo XX y que hunde sus raíces mucho más atrás. La emigración por motivos políticos al final de la Guerra Civil es la más conocida y sobre ella se han escrito decenas de estudios. El motivo de aquel exilio es sin duda vituperable y contribuye, incluso en la actualidad, a ennegrecer nuestro futuro. Pero, al mismo tiempo, la masiva huída de españoles por razones políticas ha ensombrecido la de todos aquellos que, en los años de hierro del franquismo, tuvieron que hacer lo mismo por motivos más prosaicos: ganarse la vida por una idéntica a la actual falta de empleo en aquella España dictatorial exprimida al máximo por el bando vencedor. La mitad de mi familia, sin ir más lejos, tuvo que emigrar a Francia, Alemania y Bélgica, y no por razones políticas, sino económicas: los barones y empresarios franquistas se forraban a costa de matarlos de hambre y hacerlos trabajar como animales, que es exactamente el clima que retrata de forma impecable la deliciosa película de Carlos Iglesias, Un franco, 14 pesetas. Más tarde, la Transición de la timocracia bipartidista fue solo un espejismo útil mientras que los terroristas financieros de siempre pudieron especular antes de la llegada de la unión monetaria a Europa. Tras ello, de vuelta al déficit estructural de la economía española: no crear más que codicia y usura con unas políticas empresariales obsoletas que solo premian la acumulación patrimonial, la ocultación de monetario y la evasión de impuestos. La crisis global del capitalismo solo ha agravado y multiplicado los perniciosos efectos de este mal que no es de ninguna manera coyuntural en nuestro país, sino estructural. Por lo tanto, en España no hay una fuga de cerebros; es una fuga de estómagos, cualificados si se quiere, pero los portadores de tales cualificaciones seguimos llevando nuestros estómagos a otra parte por la misma razón que hace cien años: para poder llenarlos de alimentos. No se emigra porque se gane MÁS dinero, sino que se emigra porque es la única posibilidad de ganar ALGO de dinero. Yo mismo tuve que hacerlo en 2002, poco después de que aquel hablistán del bigotito autoritario pero no totalitario se ufanase de que España iba bien. Y, tras un breve regreso, no me quedó más remedio que emigrar de nuevo en 2005, cuando según la otra marionetilla milagrera cejicurva estábamos a punto de entrar en la chanpionlij de la economía. De la barbuda vergüenza posterior surgida de las babas y de los hilillos no hablemos más, mejor lo dejamos aquí.

  En resumidas cuentas, cada día los medios se ven salpicados de noticias como la de que un equipo puntero de la investigación contra el cáncer se va a ver mermado porque la mitad de sus miembros engrosará las filas del paro. Y lo peor es que la solución está lejos, lejísimos, casi tanto como la distancia que hay entre la vana palabrería de este señor con corona, que dice estar preocupado porque España no se puede permitir la fuga de jóvenes talentos, y la historia real (multiplicada por decenas en la actualidad) de esta joven científica talentosa, que atiende al nombre de Nuria Martí Gutiérrez y que fue despedida por un ERE del centro de estudios científicos que lleva el nombre del preocupadísimo señor pre-coronado.



  También en estos días he tenido conocimiento de la última incursión cinematográfica de Icíar Bollaín, dedicada precisamente a este mismo asunto: el forzoso exilio de jóvenes españoles. Reconozco que soy poco cinéfilo en general, aunque trabajar con medios audiovisuales para mis clases me ha hecho algo más aficionado al Séptimo Arte en los últimos años de lo que lo era antes. Y ella ha desempeñado un papel favorable en este gusto mío por el cine, pues todos sus trabajos detrás de la cámara me parecen estimulantes en grado sumo, al estar totalmente al margen de la burda pretenciosidad narcisística-gafapasta que tanto gusta en las butacas patrias, y por supuesto lejos de la chabacanería del género estrella aunque oculto del cine español: la comedia involuntaria. El encanto cultural y visual de su cine me ha parecido muy notable, muy por encima de la media, tanto en los filmes que me han gustado muchísimo (Te doy mis ojos, por ejemplo, que me parece una auténtica obra maestra) como en los que me han gustado bastante menos, a saber, También la lluvia o Katmandú. El documental de próximo estreno se titula En tierra extraña y, desde luego, el avance (desterremos, por favor, el absurdo anglicismo trailer) hecho para promocionar la obra promete emotividad, realismo y compromiso político a partes iguales.


  También he visto esta entrevista para Otra Vuelta de Tuerka (sic), cinéfilamente interesante, pero en otros aspectos bastante pobre, en mi modesta opinión, para el alto nivel intelectual que poseen tanto entrevistador como entrevistada; en especial, me parece una boutade absoluta hacer a Cristóbal Colón el abuelo del neoliberalismo, dando por buena esa primera página de la obra de Howard Zinn cargada de prejuicios apriorísticos que cualquier buen historiador debe dejar al margen. Pero regresando al avance cinematográfico ya visto, me impactó especialmente la cifra de que 20.000 españolitos vivían en Edimburgo (incluido uno de mis familiares, mi prima Bea). La ventaja de vivir en el noroeste de Inglaterra, como ya indiqué, es que estoy más o menos a la misma distancia en tren (directo, sin transbordos) de la capital inglesa que de la escocesa. Al mismo tiempo, me urgía tratar de consultar un impreso del siglo XVI para un artículo que estaba entonces acabando. No había podido encontrar un ejemplar de ese libro en la biblioteca con fondo antiguo que más visito, la John Rylands de Manchester, pero sí tenían copias de él en la British Library y en la National Library of Scotland. Así que, puestos a elegir entre Londres y Edimburgo, me animé por todo este cúmulo de circunstancias que comento, sobre todo el documental mencionado, y me dispuse a hacer un viaje relámpago a la ciudad del Forth para pasar el fin de semana y seguir mi tónica habitual de mezclar negocios académicos con placer cervecero

  El periplo a Edimburgo comenzó con el ritual acostumbrado de mis viajes en tren por Gran Bretaña, esto es, profiriendo varios y sonoros exabruptos carpetanovetónicos en recuerdo de la familia de todos los políticos y electores británicos que, con sus votos desquiciados y sus corruptelas habituales, acabaron privatizando la red de ferrocarriles que antaño fue la más efectiva del orbe. Desde entonces, en este país se disfruta no solo de vagones sucios, incómodos y diseñados por un equipo de ingenieros intoxicados por fumar colas de batracios, como el Guarrolino (cualquier parecido de esto con la realidad es ciencia-ficción), sino también de las tarifas más caras de toda Europa. Sumemos a todo esto los típicos extras de la sociedad más clasista del universo, como el carricoche con porquería de comida y bebida (si no tienes pasta para comer, te jodes y bailas), o el wifi carísimo solo para los multimillonarios (o los que estafan a sus empresas) que van en primera clase. Menos mal que los paisajes son agradables y que, desde luego, la ciudad es absolutamente espectacular desde que uno ve las murallas del castillo ya llegando a la estación de Waverley.


  La biblioteca, céntrica y a tiro de piedra de la famosa y turística Royal Mile, también deparó la sorpresa agradable de tener una terraza exterior con sillas y mesitas para tomar café, elemento nada típico en el corazón de Midlothian pero propiciado por este inusualmente benigno invierno británico de 2014 que estamos viviendo. Precisamente en la cafetería de la biblioteca tomé mi primer contacto con la realidad emigrante: la cajera y el camarero eran españoles, como sucedió con los empleados de casi todos los bares y restaurantes que visité.


  Tras adquirir el consabido carnet de investigador, la sala de consulta de manuscritos y libros raros estaba situada en el piso de arriba. El espacio de trabajo es muy agradable: la sala estaba bien equipada y, sobre todo, muy concurrida, en especial si se tiene en cuenta que era un sábado por la mañana temprano y que el sol no es algo que precisamente se vea demasiado por estos pagos a las alturas de noviembre que estábamos.


Uno de los aspectos que más denota el cuidado con que se toman la conservación de los ejemplares en esta biblioteca se encuentra en que todas las mesas de consulta dispogan de estos atriles sintéticos, pensados para que los libros reposen en ellos y así ni la encuadernación se dañe ni los folios internos se descosan por abrirlo demasiado, pues tal riesgo suele ser frecuente cuando se trabaja con libros impresos hace más de cuatro siglos.



 Ya metidos en harina, el primero de los libros que consulté fue un ejemplar del Cancionero general de Hernando del Castillo del año 1573, la obra a la que dediqué mi tesis doctoral y mi primer libro. Por desgracia, mi muy modesto conocimiento de la poesía de finales del siglo XVI no me permite profundizar demasiado en esta edición, que cuenta con valiosos poemas añadidos al final. Son las primeras, las impresas en Valencia (1511 y 1514) y Toledo (1517, 1520 y 1527), las que mejor conozco, pues en ellas se recopila toda la poesía de finales de la Edad Media. Lo curioso del caso es que el elegante tomito que veis abajo fue publicado para aprovechar la demanda de lectura creada por otros españoles en tránsito europeo, tal como los que hoy emigran a Edimburgo: aquellos que habían establecido a fines del XVI su residencia en la hoy ciudad belga de Amberes (donde se imprimió este libro), durante aquellos años de la conocida hegemonía hispánica en Flandes, tal como se puede apreciar en su famoso y literal ayuntamiento.



   Mi interés por esta obra se debe a que estoy trabajando en una futura publicación impresa y una base de datos que tiene como objetivo crear un censo comentado de todos los ejemplares que han llegado a nuestros días del Cancionero general. La primera muestra de esta investigación acaba de salir publicada en este libro, editado por el Seminario de Estudios Medievales Hispánicos en homenaje a mi maestro norteamericano, Charles B. Faulhaber. Por este motivo, cada vez que voy a visitar una biblioteca de fondo antiguo, lo primero que hago es averiguar si tienen ejemplares del Cancionero general; y, si así sucede, los examino a fondo para mi censo, buscando huellas que pasados lectores hayan podido dejar, tales como anotaciones, glosas marginales, a veces tachaduras y expurgos de la censura inquisitorial de libros, para intentar comprender mejor cómo leían esta obra los lectores de la época. El ejemplar escocés, sin embargo, no ha presentado ninguna novedad a este respecto: está muy bien cuidado y en un excelente estado de conservación, pero no hay nada relevante para mi investigación, salvo haber examinado de primera mano un ejemplar más que anotar en el censo.




 El poemario que sí había venido a consultar específicamente lo escribió, curiosamente, un político, gobernador de Baza en los años iniciales del siglo XVI, que tenía aficiones poéticas. Se llamaba Francisco de Castilla y se había criado en la Corte de los Reyes Católicos como hermano de leche del príncipe Juan, el malogrado heredero de los reinos de Castilla y de Aragón. Hacia 1518, Francisco dedicó al todavía por venir Carlos I de España una obra, llamada Teórica de virtudes en coplas, con comentarios añadidos en prosa, que pretendía ser una especie de espejo de príncipes en el que ofrecer buenos consejos al imberbe gobernante para aquilatar la asunción de poderes que estaba a punto de suceder. La importancia del texto estriba en que, una vez desaparecidos los últimos monarcas Trastámara, por primera vez se ofrece un juicio positivo de la figura del rey castellano Pedro I, enemigo de Enrique II de Trastámara. También influye el hecho de que los Castilla, el linaje de Francisco, sean descendientes por vía ilegítima de aquel monarca cruel para unos, justiciero para otros. Como tal vez el lector pueda ya entrever, se vislumbra en estos versos de arte mayor castellano otra de las constantes repetidas en la Historia de España: las dos Españas machadianas, los dos polos opuestos que esquilman los recursos de todos en pos de su enfrentamiento compulsivo. Los tiempos de larga duración, tal como los definió Braudel, presentan estas a veces sorprendentes concomitancias. 




  Cuando acabé de consultarlo me llevé otra sorpresa: se trataba de un volumen facticio, es decir, de varios impresos que han acabado juntos en un mismo libro simplemente porque en algún momento de su devenir alguien ha decidido encuadernarlos juntos. Por lo tanto, al lado de esta obra de Francisco de Castilla figuraba un ejemplar de los tratados de Séneca traducidos al castellano y publicados en 1530.



  Así fue cómo finalizó mi viaje a la capital británica de la España exiliada, donde pude encontrar a centenares de mis compatriotas trabajando, por suerte, en todas partes, una ciudad en la que a cada paso que se da resuena una conversación en español. La ventaja agradable, al menos para quien suscribe, es que los domingos se puede comer paella valenciana auténtica en el Stockbridge Market. Prometo que volveré y esta vez llevaré el estómago vacío para degustarla allí, puesto que hacerlo en España cada día está más complicado. Por lo que respecta a la parte académica del viaje, nada mejor que finalizar con la anotación que un lector de las obras de Séneca encontradas inesperadamente realizó al final de este ejemplar. A mí también.



jueves, 31 de julio de 2014

#Bibliotecas (I): ¿Investiga...qué? Persiguiendo a John Rylands en Manchester

  Después de dos meses frenéticos sin actualizar el blog por motivos que ahora no viene al caso relatar, finalmente he encontrado una buena excusa para retomarlo. A la entrada de hoy ha dado pie una informal conversación aperitivesca que tuve en España recientemente. La charla fue más o menos así:
- Debe de ser duro enfrentarte a esos estudiantes británicos, en una lengua que no es la tuya y con su acentazo, todos los días del año, de lunes a viernes.
- Bueno, en realidad es de lunes a jueves, los viernes no tengo clase.
- ¡Cojones! ¿Por qué?
- Es mi día de investigación.
- ¿Y eso qué es? ¿A quién investigas los viernes?
- A nadie, hombre. Investigo fuentes primarias, manuscritas e impresas, de la literatura medieval hispánica, sobre todo fuentes poéticas, cancioneros y otras colecciones de poesía.
- Joder, cabronazo, qué bien vivís los profesores: ¡ya quisiera yo fines de semana de tres días, aunque uno tuviera que dedicarlo a leer poemas!


  Como ilustra bien el divertido meme que acabo de poner más arriba, mi amiguete es fiel seguidor del dicho tan hispánico que señala tres suculentos ingredientes de la profesión idílica y deseada por todos: el trabajo de un obispo, el sueldo de un ministro y las vacaciones de un maestro. No quiero ponerme a defender mi profesión contra viento y marea; primero, porque pocas cosas me resultan tan molestas como el corporativismo, uno de los vicios patrios más predilectos. Además, de forma muy reciente dos periodistas tan dispares como Jordi Évole, en este artículo, y Agustín Moreno, en este otro, esgrimen argumentos que me parecen mucho más aproximados a la realidad que la mayoría de conversaciones cotidianas basadas en no pocas noticias, burdas y sin consistencia, en las que se denigra a los profesores de forma sistemática. 

  Sin embargo, sí me parece que es harto evidente, tal como se desprende de la conversación entre caña y caña dominical, que el concepto 'investigación' es, en ocasiones, un poco complejo de explicar al ciudadano de a pie, sobre todo en lo que respecta a la investigación en Humanidades. Tampoco es que la prensa ayude mucho al respecto, como por ejemplo deja ver este artículo sobre los ocho males del profesor universitario, que ha sido muy comentado por las redes sociales en las semanas previas. Sin entrar en otros temas espinosos, a la valoración y conocimiento de la investigación universitaria por parte de toda la ciudadanía no ayuda nada de nada enunciados como el del punto 7 del citado artículo, que reza La investigación, ¿sirve para algo?, sino que más bien difumina el ya de por sí alicaído prestigio de la investigación universitaria. Parece oportuno recordar, en este punto, cómo ya en el año 2006 el Libro Blanco de las Humanidades en España, estudio a mi juicio bastante autorizado, enumeraba como principal carencia el "escaso peso relativo de las Humanidades en el conjunto de la financiación pública en investigación" (p. 14). El resultado es, pues, tan desolador como la conversación mantenida con mi amigo. Nadie sabe qué es eso de investigar en Humanidades.


  He decidido que voy a dedicar esta entrada veraniega a relatar un poco mi experiencia personal en el asunto, por si es de interés para quienes quieran poseer un elemento de juicio verídico y contrastado que oponer a las disparatadamente absurdas e indocumentadas generalizaciones con las que politicastros de media melenita, juntaletras de la canallesca patriotera y opinólogos expertos en tripodología felina execran día tras día cualquier intento serio de debate sobre la educación y la investigación universitaria.

  La investigación en Humanidades, como es obvio, no va a descubrir el remedio de una enfermedad incurable ni ningún compuesto orgánico o material revolucionario. Tampoco se trata, como bromeaba mi amigo, de perseguir a alguien de forma policial, si bien en muchos casos los rudimentos del método detectivesco resultan de bastante utilidad en el objetivo básico de quienes, como es mi caso, investigamos en épocas como la medieval. Este objetivo es la ampliación de nuestro conocimiento global del pasado, en algunos casos incluso para corregir, matizar o perfilar mejor el conocimiento que ya poseíamos del mismo tema. En mi caso, la búsqueda se centra en fuentes primarias de la literatura y de la historia española medieval, en principio la escrita en castellano, aunque rastreo también el resto de lenguas habladas en España para los otros equipos de trabajo del proyecto PhiloBiblon, al que algún día le dedicaré una entrada para explicar lo que es. Si investigo fuentes primarias históricas y literarias es, sobre todo, porque en el período que conocemos con el nombre de Baja Edad Media (más o menos entre los años 1350 a 1500, lustro arriba, lustro abajo), hay demasiados supuestos y datos que me hacen desconfiar de cómo está montado el esqueleto de sucesiones y acontecimientos que se dan. En una palabra, no me fío de muchas cosas que se dan por supuestas. Por eso, trato en especial de hallar nuevas fuentes que nos ayuden a comprender mejor el pasado y, sobre todo, que aporten nuevas perspectivas a asuntos que aparecen como innegables en nuestra línea del tiempo medieval y yo tengo la intuición de que no fueron así ni por asomo. No llego a tanto como los conspiranoicos del vídeo de abajo, que niegan la existencia de la Edad Media entera, pero sí me gusta cuestionar la manera en la que nuestro conocimiento del pasado ha llegado a la sociedad actual.


  A pesar de que a los cabecicubos de costumbre no les entre en la mollera y sigan insistiendo en lo poquísimo que trabajamos los profesores, es precisamente los viernes el día de la semana en el que me levanto más temprano. A las 8 de la mañana ya estoy debajo de este cartelito para tomar el tren hacia Manchester.

  Depende del tren que pille, a veces hasta Deansgate, a veces hasta Manchester Oxford Road, suelo tardar unos 45 minutos hasta el lugar en el que paso los viernes: la biblioteca con fondo de libros antiguos de la Universidad Manchester, más conocida con el nombre de John Rylands Library.


  Tal vez sea una de las bibliotecas más bonitas en las que he estado, sobre todo el edificio antiguo, cuyo uso está en la actualidad restringido casi solo a exposiciones. El interior es, como podéis ver, magnífico, un lugar de ensueño para todos los bibliófagos como quien suscribe estas líneas.


 El otro engendro de cristal que aparece a la izquierda, y que rompe por completo un paisaje idílico, es un edificio vomitivo de una marca de esas caras de ropa, complementos y afeites de esos que, en las celestinescas palabras de Fernando de Rojas, no son más que "untos y mantecas". La verdad es que su continua visión durante estos viernes de investigación me ha hecho quitarme muchos complejos hispánicos: me doy cuenta de que casos de arquitectos psicoególatras y políticos de urbanismo tolais que aprueban disparates arquitectónicos como este no se dan solo de los Pirineos al Atlas, sino también entre los Peninos y los Pirineos. En todas partes cuecen habas.


     La sala donde se consultan los libros antiguos se llama Elsevier Room y está en un edificio nuevo, construido entre medias de estos dos.


  Allí estoy todos los viernes, desde las 9 más o menos, hasta las 5 de la tarde, examinando algunos impresos y manuscritos hispánicos. A esa hora ya me voy a comer algo para no desfallecer, y a pesar de que la zona de Deansgate está llena de restaurantes españoles, no sé por qué siempre acabo en este sitio y con la misma compañía...

  Acabo de pedir un proyecto de investigación para trabajar más a fondo estas joyas de las literaturas hispánicas, y a lo largo de este verano también pediré otro más, así que, si tengo suerte y consigo la financiación necesaria, seguiré ilustrando en el blog lo que encuentre por aquí. Eso sí: me permito enseñar en este espacio la que, en mi opinión, es la más destacada obra que alberga este repositorio. Se trata del mejor ejemplar que se conserva del Cancionero general, de Hernando del Castillo, en concreto de su tercera edición, impresa en Toledo en 1517. De esta edición solo han llegado a nuestros días tres ejemplares (los otros dos están en la Biblioteca Pública de Boston y en la Biblioteca Nacional de París), y el de Manchester es el que presenta un mejor estado de conservación, como dan fe estas instantáneas tomadas cortesía de la biblioteca John Rylands.






  La investigación está muy poco valorada en España sobre todo entre la gente común, que opina muy influida (demasiado, diría yo) por el martilleo compulsivo de los medios de propaganda (ellos dicen que de comunicación) hacia las profesiones docentes y ligadas a la universidad. Incluso en áreas científicas en puridad, como la medicina, no solo no se estimula al que investiga sino que el trato que recibe es de una inequidad pasmosas, como recientemente se quejaba el prestigioso doctor José María Delgado en este artículo:

¿Sabes qué castigo hay en esta universidad para los que no investigan? Que no pueden dirigir tesis doctorales. Yo ya lo dije, esto es fantástico, tú das tus clases, no investigas, y además te castigo y así te puedes ir a Chipiona todo el día. ¿No sería mejor quitarles sueldo o darle más clases? Por eso digo que la universidad española la tienen que rehacer.
   No sé si rehacer, pero desde luego ser plenamente consciente de que la investigación, mezclada con la eeducación, sirve para convertir a los estudiantes en mejores ciudadanos, para que sean más conscientes de todo el elenco de manipulaciones, a veces interesadas, a veces involuntarias, subyacen en todas y cada una de las fuentes de información de las que ha dispuesto la Humanidad en su historia. La literatura tampoco es ajena a ello. Y con el paso del tiempo, contamos con la ventaja de que las manipulaciones partidistas e interesadas son mucho más evidentes, se ven enseguida y se pueden analizar con detenimiento. Tal vez así seamos capaces de cometer otros errores, no los ya cometidos en el pasado. Y el análisis de lo que ha pasado es tan importante para nuestro futuro como el presente. Al menos esa es la idea con la que yo trato de aprovechar mis viernes de investigación en Manchester.

miércoles, 30 de abril de 2014

Una breve actualización bibliográfica

  Cuando comencé este blog me propuse al menos escribir una entrada al mes, y además me obligué a hacerlo costara lo que costase, puesto que si no fuera así correría el riesgo de caer en la mala costumbre de dejar de lado este canal de comunicación y nunca me ha gustado dejarme nada a medias. Pero la verdad es que el mes de abril, a pesar de las vacaciones, me lo ha puesto muy difícil por diversos motivos. Primero, por haber tenido que preparar informes para la solicitud de financiación de varios proyectos que tengo en perspectiva y de los que hablaré en su momento. Esta fase de redacción de papeleo diverso con vistas a la presentación de ayudas financieras se conoce en la jerga académica como literatura marrón, y no precisamente porque este sea el color del quesito del Trivial destinado a las preguntas sobre obras y autores literarios, sino más bien por otras razones que tienen que ver con el color marrón y que, por respeto a mis lectores, no voy a profundizar más en ellas.


  Por si tales razones fueran pocas, durante el período vacacional de Semana Santa (o la Pascua, como se prefiere denominar en Gran Bretaña) recibí por fin, tras tres meses esperándolas, todas mis posesiones ultramarinas, es decir, un par de maletas con ropa, algunas cajas con sartenes y enseres caseros varios, y, por encima de estas, algunas más con libros y con mis equipos informáticos. Así que, cual marca de café ochentero y por lo tanto hortera, he estado durante las semanas anteriores pacientemente desembalando todo hasta colocarlo en su nuevo y británico lugar correspondiente. Como comprenderéis, mis únicos ratos de asueto durante este proceso los he dedicado al divertimento que tenía más a mano.... y no me neguéis que vosotros no lo habéis hecho nunca, que aquí somos todos una familia y nos conocemos...


  Precisamente me hallo ahora en los momentos previos a sustituir mi viejo portátil Toshiba del año de la polka, desde el que he trabajado en casa durante estos últimos meses, por un equipo un poco más sofisticado. Pero ante la tesitura de estar varios días actualizando programas, configurándolo todo, haciendo copias de seguridad y demás, y que dejase abril sin publicar, me ha salido la conciencia bloguera pesada y me ha obligado a actualizar. 


   Como ya llevaba tiempo queriendo abrir un apartado a comentar libros y lecturas que hago, aprovecharé para matar dos pájaros de un tiro e inaugurar esta sección de comentarios bibliográficos de libros que, en principio, estoy leyendo porque son especializados para temas relacionados con mi investigación y que, por este motivo, tal vez no sean susceptibles de ser leídos por todos los públicos. Pero, al mismo tiempo, me gustaría precisamente hacer todo lo contrario: motivar a todos aquellos lectores que no sean expertos en el tema a leerlos, porque en muchas más ocasiones que las que uno podría imaginarse el resultado es muy positivo. Hagamos todos caso, pues, del magnífico tópico explicado por el poeta Horacio: sapere aude.

  La primera de las novedades bibliográficas es este libro de Ana María Gómez Bravo, ilustre integrante como yo  mismo de la hermandad  de madrileños perdidos por el mundo académico anglosajón, que acaba de publicar una monografía titulada Textual Agency. Writing Culture and Social Networks in Fifteenth-Century Spain. El libro trata de explicar algo que muchas veces me ha resultado muy difícil de hacer comprender a mis estudiantes: si la producción poética en todas las épocas y culturas de la historia, siempre ha sido y es un fenómeno literario bastante pequeño y destinado a una cierta minoría de lectores, ¿qué motivos pudieron provocar que la poesía de cancionero castellana fuera tan abundante durante los siglos XIV y XV hasta el punto de ser considerada como la más amplia y fértil cosecha lírica de toda la Europa románica? De manera sencilla y elegante, en el libro se van diseccionando los contextos políticos, económicos y, en especial, los relativos a la propaganda ideológica, motivo tal vez principal del éxito de la poesía de cancionero, al convertir un elemento cultural en un instrumento de control ideológico por parte del poder, con el añadido de su enorme interés en la configuración de la identidad hispánica durante la Baja Edad Media y el Renacimiento. Entiendo la dificultad que muchos podéis tener con la época y con el inglés, pero con que se tenga un mínimo conocimiento de ambos, sin duda alguna quien se atreva con él va a disfrutar mucho de conocer un aspecto crucial, y en general no demasiado conocido, de una época de grandes cambios en la cultura y en la literatura hispánica. Yo aún no lo he acabado, pero llevo leídas unas 100 páginas y confieso que, más que los aspectos puramente académicos, me está encantando precisamente eso, el transitar por los intereses sociales y económicos creados alrededor de la composición de poesía.


  La segunda novedad es la que, teniendo un contenido más especializado y concreto, tal vez pueda ser más apta para que alguien se atreva con ella: se titula Dámaso Alonso-Marcel Bataillon: un epistolario en dos tiempos, y recoge, como su propio nombre indica, las cartas cruzadas, durante dos épocas vitales distintas, entre estas dos grandes figuras de las letras hispánicas. El equipo de edición, encabezado por Estrella Ruiz-Gálvez Priego, incluye también a otros hispanistas emigrantes, como Javier Espejo y Alicia Nieto. Todavía no he podido meterme en profundidad con él, y reconozco que la impresión sobre el libro que aquí escribo es más de hojeo que de ojeo; pero me ha bastado para creer que un lector cualquiera, aunque no esté interesado en el aspecto erudito del intercambio epistolar, puede disfrutar muchísimo descubriendo un poco más a dos personalidades de su tiempo, en especial una relación de respeto mutuo y admiración por la labor del otro a pesar de sus personalidades y escuelas académicas tan distintas, con un lado humano muy emotivo que se percibe con claridad en cada una de las cartas.


  Las dos siguientes novedades están también relacionadas, como la de Gómez Bravo, con la poesía de cancionero, que es uno de mis ámbitos preferidos de investigación: me refiero a la obra de Cleofé Tato García titulada De amor y guerra: la poesía de Pedro de la Caltraviesa; y a la de Sandra Álvarez Ledo, que lleva por título Ferrán Manuel de Lando. Estudio sobre la biografía y la obra de un poeta sevillano





  Ambas monografías están escritas por investigadoras en lírica cancioneril a las que admiro por su tenacidad para encontrar datos biográficos de dos poetas que, en principio considerados como menores, no han sido todo lo bien tratados por la crítica que deberían de haber sido. Además, la edición de los textos poéticos es impecable, incidiendo de nuevo en los componentes ideológicos y políticos que antes comentábamos. Así que si un día tienes ganas de leer algo estimulante aunque en un principio no tengas claro si lo vas a entender bien, anímate y prueba alguna de estas recomendaciones. Estoy bastante seguro de que, solventadas las dificultades iniciales, que tal vez te obliguen a un ajuste previo de conocimientos, las vas a disfrutar un montón. Si al final eres un valiente y lo haces, avisa, por supuesto: serás bien recibido e incluso invitado a que compartas tu experiencia con otros lectores no demasiado avezados en tales temas. Cambiando a Horacio por Virgilio, recuerda que audentes Fortuna iuvat.