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viernes, 31 de julio de 2015

#Bibliotecas (IV): UCLA. California always on my mind.

  En la entrada estival de este blog os hablaré de mi última estancia de investigación ligada al Proyecto PhiloBiblon, que ha tenido lugar a principios de este mes de julio de 2015 que ya se nos va, en mi añorada California. Concretamente, esta vez estuve varios días indagando en las bibliotecas de la Universidad de California en Los Ángeles, más conocida por sus míticas siglas, UCLA, esas que los españoles pronunciamos tal como suenan, todas seguidas, para desesperación muchas veces de nuestros amigos norteamericanos, que no entienden que nos referimos a la archiconocida iu-si-el-ei.


 En principio, el campus es gigantesco pero en él da gusto pasear, sobre todo si no hace demasiado calor. En caso contrario, mejor que salgas a escape hacia donde tengan aire acondicionado porque te vas a cocer vivo.


  El primer lugar de trabajo fue la Charles E. Young Research Library, en cuyos estantes se alberga la mayor parte de los libros de fondo antiguo (manuscritos, incunables e impresos de los siglos XVI y XVII) poseídos por UCLA. 


  Como veis, se trata de un edificio muy moderno, si bien la sala de lectura es un poco pequeña e iluminada sólo con lámparas eléctricas. Por desgracia, la luz natural no es el fuerte de esta sala, elemento muy apreciado por quienes (como el que esto escribe) tienen que lidiar a diario con letrujas endiabladas escritas hace siglos.


  Con tan pocos días como los que conté para investigar (apenas una semana), en realidad fui un poco a tiro hecho, es decir, a por tres piezas que ya sabía que se encontraban en la biblioteca. Y además, dos de ellas no eran para la bibliografía de PhiloBiblon con la que habitualmente colaboro, que es BETA (Bibliografía Española de Textos Antiguos), sino que eran para BITECA (Bibliografia de textos antics catalans, valencians i balears).  Esta ha sido la primera de mis investigaciones en el nuevo proyecto que dirigen Gemma Avenoza y Lourdes Soriano, al que el Ministerio de Educación acaba de conceder una subvención.



  El primer objeto que tuve entre mis manos fue esta edición de 1555 del cancionero de Ausías March. La producción lírica del gran versificador (calificarlo como 'poeta' o 'trovador' puede comenzar una guerra internética entre especialidades académicas, así que Vade retro!) afincado en el Levante español (idem anteriorem) durante el final de la Edad Media, fue una de las más fecundas de la época, razón por la cual fue reimpresa y traducida a lo largo del siglo XVI por diversos ámbitos europeos. 




  Para el siguiente códice me tocó cambiar de ubicación, pues, al tratarse de un librito con recetas médicas escrito en catalán, estaba localizado no en la Biblioteca Charles E. Young, sino en la sala de lectura de colecciones especiales de la Biblioteca de Medicina de UCLA.


  Como veis, un laberíntico mastodonte donde (confieso) me perdí un par de veces antes de llegar a la salita donde me esperaba esta pequeña maravilla. Llamarlo 'librito', como veis, no es ningún apelativo cariñoso, sino toda una realidad.


  Se trata de una recopilación de prescripciones médicas, sobre todo relacionadas con urología, pero no exclusivamente. El manuscrito perteneció a Ernest Moliné i Brasés, erudito catalán que lo editó en 1914 dentro del Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, en dos partes (disponibles aquí: 1 y 2). En el catálogo de UCLA el manuscrito lleva por título Conoximent de les orines, aunque en la edición mencionada se le llamó, un tanto aleatoriamente, Receptari de Micer Joan (y así figura en BITECA). No obstante, estoy de acuerdo con Lluís Cifuentes i Comamala, quien más a fondo y más recientemente ha analizado esta obra aquí, en que tal vez sea mejor simplemente denominarlo Libre de reseptes, pues tal es el título que figura en el códice, como se aprecia aquí con el subrayado rojo.



  Como también puede apreciarse en el círculo verde, la obra se comenzó a redactar en 1466 y es factible que el grueso de su contenido sea de aquellos mismos años. No obstante, también existen numerosos añadidos posteriores, de época y de letra, probablemente de mediados del siglo XVI, lo que muestra que el tratado continuaba todavía siendo de uso común unos cien años más tarde de que fuera compuesto por primera vez. Estoy seguro de que los especialistas en literatura médica medieval pueden encontrar aquí una auténtica mina para sus investigaciones.


  Todavía volví un par de jornadas más a la Charles E. Young Library, esta vez para encontrar un códice medieval aragonés que, hasta donde llegan mis conocimientos, ha permanecido inédito en nuestros días. Se trata del Ms 170/307 de la Bound Collection  de UCLA, que contiene las ordenanzas de la cofradía de San Julián, de la ciudad de Teruel.


  Al igual que veíamos en el caso del recetario catalán, este precioso manuscrito de pergamino tiene diferentes letras que testimonian otras tantas épocas de uso y de composición. Así, comenzó a redactarse en 1402, y a tal época corresponde esta magnífica caligrafía gótica de los folios iniciales.

  
 Más adelante, nos encontramos con otro tipo de letras, desde la humanística hasta la cursiva aragonesa, sobre todo en el añadido de nuevos capítulos y estatutos efectuada por los miembros de esta cofradía turolense. En definitiva, es un manuscrito al que le dedicaré más tiempo en el futuro para poder extraer toda la información que pueda.

  Con esta novedad puse fin a mi estancia en las bibliotecas angelinas... bueno, no. Todavía me quedaba sufrir el atasco de tráfico en la CA-60 East al volver a casa después de cada día de investigación.


... bueno, miento, no era al volver a casa: era al ir a visitar el templo de UCLA, el lugar donde el mismísimo Kareem-Abdul Jabbar se tomaba sus alitas picantes.


  ¿De verdad pensábais que iba a ir a UCLA una semana sin algo de baloncesto por medio? ¡Imposible! :-P

sábado, 2 de mayo de 2015

#Bibliotecas (III): la Real Academia de la Historia

  No es casual que esta entrada se publique en el día de esa fiesta que fue de mi pueblo, Móstoles, bastante antes de que nos la quitaran (Madrid también roba a los madrileños, ¿qué os pensábais?) para extenderla a ese engendro geopolítico llamado Comunidad Autónoma de Madrid. De esta monstruosa fábrica de gastar dinero del contribuyente en las típicas soplapolleces de los tarados que nos (des)gobiernan solo se salva un aspecto: tener el mejor himno del mundo mundial sin discusión, con una onírica y burlona letra del genio de Agustín García Calvo diseñada con el mejor y más socarrón y burlesco tono irónico madrilata para molestar a todos los politicastros que hemos tenido la desgracia de padecer (esperemos que las cosas cambien pronto, aunque no lo creo).




  Para celebrar el festivo día matritense, voy a dedicar la entrada a todos esos amigos madrileños de pro que me suelen reprochar (de buenos modos, que para eso son amigos), el que casi siempre esté hablando de mis investigaciones en bibliotecas extranjeras y no de las que también hago en bibliotecas españolas, sobre todo durante los meses de Navidad y de vacaciones estivales. Los que más se quejan son, por supuesto, aquellos que, cuando estoy en Madrid, tienen que venir a buscarme a las puertas de esas bibliotecas para después proceder a tomar los botellines o tapas pertinentes y cambiar así impresiones con el amigo exiliado. Así que va por todos vosotros :-)


  La biblioteca de la que hablaré es la de la Real Academia de la Historia, que está en plena zona de marcha de Madrid, en la calle Huertas, alojada en este bonito edificio clásico del siglo XVIII, obra del conocido arquitecto Juan de Villanueva.



  Por desgracia, en los últimos tiempos la institución ha estado más en boca de todos por las (aunque escasas) ciertamente patéticas biografías apadrinadas por su escudo, como la recientemente rectificada del no-dictador Francisco Franco, que se pueden leer en la que debería ser una de las obras señeras de la institución, el Diccionario Biográfico Español. Esta publicación resume un poco el que, en mi modesta opinión, es el problema más acuciante de la Real Academia de la Historia: aunque sus iniciativas son loables, ambiciosas y necesarias (algunas, como el Gabinete de Antigüedades, son espectaculares), sus resultados suelen ser extraordinariamente anticuados (¿cómo no contemplar haber publicado el DBE en Internet en vez de en pesadísimos tomos impresos?), con una organización de materiales muy discutible, coronado todo ello -para no variar en el país de la ausencia de responsabilidad pública- con enormes carencias en el control de calidad de los proyectos que se publican. 




 Por lo que respecta a la biblioteca, guarda todo el sabor de los espacios de bibliofilia clásicos, con una sala de lectura muy agradable y donde el trato dispensado por los trabajadores a los investigadores siempre es muy cordial y generoso. Lo peor es que los esfuerzos por modernizar la investigación, aunque han llevado a producir un catálogo en línea magnífico y a tener digitalizada gran parte de sus fondos (sobre todo la archifamosa Colección Salazar y Castro, también catalogada en esta base de datos), a veces se limitan con medidas tan discutibles y poco razonables como, por ejemplo, que haya que consultar tales digitalizaciones en los ordenadores de la institución, y no en el particular de cada investigador; y, sobre todo, que no haya wifi para los investigadores (aunque sobre este aspecto del wifi en España es tal mi cabreo que le dedicaré en el futuro una entrada especial).


  El asunto que me llevó hasta Huertas antes del tapeo con los amigos es uno más de aquellos sumarios de crónicas medievales de los que ya hablé en la anterior entrada. En esta ocasión, me interesé por un manuscrito del siglo XV que contiene una obra conocida por el título de Historia anónima de los Reyes de León (BETA, Manid 5566)


  
  A falta de ulterior examen más profundo, parece evidente que nos hallamos ante una más de las refundiciones de la General Estoria de Alfonso X el Sabio, obra bien conocida y que, en la actualidad, está siendo objeto de un excelente proyecto de digitalización y codificación conforme a las Humanidades Digitales en la Universidad de Birmingham. El resumen redactado en este códice medieval de la Real Academia matritense narra los principales sucesos acontecidos durante el gobierno de los monarcas del reino de León entre los siglos X y XI, desde Alfonso IV hasta Bermudo III. El copista añadió bastantes notas marginales al texto, un aspecto literario que aumenta más, si cabe, el interés de editarlo en el futuro.




  Además, el otro motivo por el que interesarían tanto una digitalización de la obra como su edición crítica sería el de preservar su conocimiento a generaciones futuras. Desgraciadamente, algunos de sus folios están muy deteriorados por el uso escriturario de tintas conocidas con el nombre de ferrogálicas, ya que se obtenían mezclando, entre otros ingredientes, vitriolo y sulfato de hierro. Este tipo de tinta fue muy utilizado durante la Edad Media y el Siglo de Oro porque, una vez escrito, resistía el agua con firmeza y no era, por lo tanto, borrado si el documento se mojaba. Sin embargo, el paso del tiempo provoca un efecto devastador de las tintas ferrogálicas, porque su gran poder de corrosión destruye el papel y el pergamino en el que fueron usadas, como este ejemplo del manuscrito de las crónicas leonesas nos muestra.


  
  En fin, se trata de una obrita muy digna e interesante, que espera algún voluntario que la rescate del olvido para preservar toda su riqueza a las generaciones del futuro. Y por supuesto, también es un motivo para pasar una agradable jornada de trabajo en Madrid aderezada con el tapeo y los amigotes en la Plaza de Matute. Ya estoy deseando que llegue el siguiente códice y la siguiente ronda.

martes, 31 de marzo de 2015

Manuscritos medievales hispánicos en Inglaterra: dos crónicas en Manchester y en Birmingham

  Por desgracia, en febrero no pude escribir mi entrada mensual de este blog, puesto que dediqué todo el mes a preparar mi comunicación para el III Congreso Internacional sobre el Cancionero de Baena, celebrado en la coqueta villa cordobesa, donde nos reunimos para estudiar el famoso cancionero de Juan Alfonso de Baena, la primera recopilación de poesía castellana que se ha conservado. El manuscrito, con preciosa caligrafía cortesana, está datado en el primer cuarto del siglo XV y, además de poderse consultar en Internet, en la página web de la Biblioteca Nacional de París, donde se conserva, se puede comprar ahora en una magnífica edición facsímil, editada por el Centro de Estudios Juan Alfonso de Baena y con un precio bastante asequible para lo que suelen costar tales ediciones.

  
  Escribir mi comunicación y presentarla me absorbió casi por completo, incluidos los últimos días de cada mes que es cuando me suelo dedicar a hacer balance de los temas que he tratado para hablar de ellos aquí en el blog. El congreso estuvo muy bien, con una organización exquisita y unas sesiones plenarias realmente magistrales; pero sobre todo, me llamó la atención la participación de muchos jóvenes estudiantes con comunicaciones muy trabajadas y que aportaron cosas muy interesantes, demostrando así que el relevo en los estudios de cancioneros está asegurado.


  Después de acabar el frenético trimestre de clases de invierno en Inglaterra, estoy aprovechando estos días pascuales sin clase y sin actividades docentes para ocuparme de la investigación. Me he propuesto dejar acabado durante este mes el proyecto en el que anduve trabajando desde octubre del año pasado. Me dediqué a localizar manuscritos hispánicos poco o nada conocidos localizados en tierras británicas, en otras bibliotecas que no fuera la bien trabajada British Library, cuyos fondos en español ya han sido objeto de varias y diversas catalogaciones.


   En principio, quería centrarme solo en la magnífica John Rylands Library de Manchester, de cuyos tesoros manuscritos ya hablé aquí. Solicité varias becas para digitalizar algunos de sus códices y tuve la enorme suerte de recibir el apoyo del Programa Hispanex 2014 para acometer la primera fase del proyecto (ojalá pueda lograr más financiación en el futuro para acabarlo por completo). Así, lo que he estado desarrollando con la ayuda del citado Programa Hispanex es la descripción técnica de los manuscritos siguiendo unas normas más modernas que la de la antigua catalogación de que disponíamos: la efectuada en 1921 por Moses Tyson, venerable archivero de la citada institución. Este trabajo, a pesar de su vetustez, todavía es de bastante utilidad, así que hasta que mi investigación esté disponible para todos en la base de datos PhiloBiblon, y en espera de que las conclusiones de este proyecto sean presentadas de forma académica en el próximo Congreso de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, aquí os dejo el artículo de Tyson por si alguien está interesado en él. No hay tópico más querido por los medievalistas que el de Bernardo de Chartres acerca de que somos enanos en hombros de gigantes, y en este caso mis propias conclusiones serán, por supuesto, siempre deudoras de las de este pionero.




  Como avance del proyecto, puedo presentar en este blog los dos resultados más destacados de mi pesquisa. El primero es una crónica medieval castellana conservada en la John Rylands Library y que ya fue descrita y catalogada por Tyson. Su signatura (es decir, el localizador alfanumérico que todo libro lleva y que sirve para saber dónde está exactamente colocado en la biblioteca) es Ms. Spanish 1. 


  Tras examinar detenidamente sus casi 700 folios (que hacen necesario una cerradura de hierro para poder abarcar toda la encuadernación), confío en que se trate de una versión en castellano de la famosa crónica latina De Rebus Hispaniae atribuida a Rodrigo Jiménez de Rada, Arzobispo de Toledo, obra que habitualmente se conoce con el nombre de Toledano romanzado. En la base de datos en que trabajo, PhiloBiblon - BETA (Bibliografía Española de Textos Antiguos), cada uno de los textos tiene otro localizador numérico (Texid) para distinguirlo de los demás (en este  caso, BETA Texid 2585). Cuando digo en que confío en que sea este texto es porque todas estas crónicas medievales tienen muchísimas interpolaciones, añadiduras y manipulaciones, tal como se puede apreciar simplemente en las indicaciones escritas en el voluminoso lomo de la encuadernación.


 Poco después, documentándome para intentar descifrar el verdadero galimatías de la filiación de todos estos manuscritos, leí este artículo de Manuel Hijano, profesor de la Universidad de Durham, y este otro, de Aengus Ward, profesor de la Universidad de Birmingham. Ambos me guiaron en dirección a otro códice similar al de la Rylands Library, localizado en Birmingham, que presenta una de las versiones más antiguas del texto cronístico titulado Estoria del fecho de los Godos (BETA, Texid 1211). 


   Aunque la signatura y la localización ofrecidas por Hijano no concuerdan, creo que se trata del mismo manuscrito que hoy se alberga en la Cadbury Research Library con la signatura MS326. Se trata de un magnífico ejemplar, con una soberbia encuadernación renacentista de piel castaña y hierros en seco.


  La única lástima de este códice es que le falta el folio inicial y algunos de los folios finales, pero por lo demás es un ejemplar con un buen estado de conservación. En definitiva, espero poder presentar en el citado congreso de la AHLM un trabajo completo con la descripción de ambos según los criterios de PhiloBiblon, más las relaciones entre los dos y, sobre todo, desgranar cuál o cuáles de los muchos textos cronísticos medievales hispánicos contienen. Deseadme suerte y ya os contaré qué tal va ;-)

domingo, 30 de noviembre de 2014

#Bibliotecas (II): National Library of Scotland. Edimburgo, capital de la España exiliada

  El éxodo de jóvenes (y no tan jóvenes) españoles para encontrar el trabajo que las atroces políticas económicas de sus (des)gobernantes les niegan es, sin duda alguna, uno de los temas más importantes en la sociedad española de comienzos del siglo XXI, motivo de su abrumadora presencia en prensa, radio, televisión e Internet. Iniciativas como el reciente blog Desde todas partes (que enlazo aquí por haber aparecido en un medio de comunicación en contra del obsceno canon AEDE del que hablé en la anterior entrada), solo son la parte mínima dedicada a darle publicidad a este problema que amenaza con hacer de España un país empobrecido hasta límites que yo personalmente jamás pensé que vería con mis propios ojos. La lacra del desempleo afecta a todos los niveles, y al contrario de lo que contaminan voceros y paniaguados del régimen, no hay asomo de solución ni luz al final del túnel ni brotes verdes que no sean, al decir manriqueño, sino verduras de las eras


   El desempleo afecta a todos por igual, tal como indica este riguroso estudio estadístico; bueno, mejor dicho, afecta más a las mujeres que a los hombres (el tan clásico como repugnante desequilibrio machista de esas sociedades supuestamente modernas occidentales) pero también a mano de obra sin cualificar como cualificada. No hago distingos personales entre unos y otros: es lamentable en los dos casos, pues debería de haber trabajo para el humilde jornalero y para el doctor experto, pues la aportación de ambos es de igual forma vital para la sociedad. Sin embargo, precisamente el hecho de que la mano de obra titulada y con estudios no encuentre salida laboral adecuada es, sin más análisis, el causante de esta inmensa crisis que se percibe
en España a través de las diferentes mareas de protesta y de los movimientos sociales y políticos emanados del 15M. Y, por supuesto, es asimismo el motivo del efervescente ascenso de formaciones como Podemos, que están sabiendo canalizar mejor este abrumador desasogiego vital de la sociedad en general que la ignorancia (cuando no desprecio) del común mostrado desde siempre los ahora repentinamente más envejecidos que nunca partidos políticos de sesgo burgués.

  La relación entre este descontento y la ausencia de trabajos cualificados creo que la ha explicado Daniel Bernabé de manera inmejorable en este artículo. Me identifico con esta descripción porque, al igual que él, yo también soy otro niño del extrarradio de Madrid criado en el seno de 
esa generación de trabajadores incansables que eran hijos de campesinos que acabaron en la gran ciudad buscando un futuro mejor. Cómo en la bendita transición se les dijo que se olvidaran de esas aventuras de la revolución, que ellos, a lo mejor, podían estar apretando tornillos toda su vida, pero que sus hijos tendrían un porvenir, una carrera. Podrían ser médicos, abogados, lo que quisieran. Y ya ven los resultados del acuerdo.
    La farsa en que ha derivado esta situación roza el esperpento. Como tantos casos, al final de nuestros estudios, que tanto esfuerzo costaron a nuestras familias, no había más que la precariedad, la nada, o el exilio. La consiguiente desilusión queda sintetizada de manera extraordinaria en esta pancarta que he visto en alguna de las manifestaciones populares de los últimos años.


   Siempre que sale este tipo de conversación con mis amigos y familiares, insisto en que la emigración forzosa no es de ahora, es un proceso que abarca todo el siglo XX y que hunde sus raíces mucho más atrás. La emigración por motivos políticos al final de la Guerra Civil es la más conocida y sobre ella se han escrito decenas de estudios. El motivo de aquel exilio es sin duda vituperable y contribuye, incluso en la actualidad, a ennegrecer nuestro futuro. Pero, al mismo tiempo, la masiva huída de españoles por razones políticas ha ensombrecido la de todos aquellos que, en los años de hierro del franquismo, tuvieron que hacer lo mismo por motivos más prosaicos: ganarse la vida por una idéntica a la actual falta de empleo en aquella España dictatorial exprimida al máximo por el bando vencedor. La mitad de mi familia, sin ir más lejos, tuvo que emigrar a Francia, Alemania y Bélgica, y no por razones políticas, sino económicas: los barones y empresarios franquistas se forraban a costa de matarlos de hambre y hacerlos trabajar como animales, que es exactamente el clima que retrata de forma impecable la deliciosa película de Carlos Iglesias, Un franco, 14 pesetas. Más tarde, la Transición de la timocracia bipartidista fue solo un espejismo útil mientras que los terroristas financieros de siempre pudieron especular antes de la llegada de la unión monetaria a Europa. Tras ello, de vuelta al déficit estructural de la economía española: no crear más que codicia y usura con unas políticas empresariales obsoletas que solo premian la acumulación patrimonial, la ocultación de monetario y la evasión de impuestos. La crisis global del capitalismo solo ha agravado y multiplicado los perniciosos efectos de este mal que no es de ninguna manera coyuntural en nuestro país, sino estructural. Por lo tanto, en España no hay una fuga de cerebros; es una fuga de estómagos, cualificados si se quiere, pero los portadores de tales cualificaciones seguimos llevando nuestros estómagos a otra parte por la misma razón que hace cien años: para poder llenarlos de alimentos. No se emigra porque se gane MÁS dinero, sino que se emigra porque es la única posibilidad de ganar ALGO de dinero. Yo mismo tuve que hacerlo en 2002, poco después de que aquel hablistán del bigotito autoritario pero no totalitario se ufanase de que España iba bien. Y, tras un breve regreso, no me quedó más remedio que emigrar de nuevo en 2005, cuando según la otra marionetilla milagrera cejicurva estábamos a punto de entrar en la chanpionlij de la economía. De la barbuda vergüenza posterior surgida de las babas y de los hilillos no hablemos más, mejor lo dejamos aquí.

  En resumidas cuentas, cada día los medios se ven salpicados de noticias como la de que un equipo puntero de la investigación contra el cáncer se va a ver mermado porque la mitad de sus miembros engrosará las filas del paro. Y lo peor es que la solución está lejos, lejísimos, casi tanto como la distancia que hay entre la vana palabrería de este señor con corona, que dice estar preocupado porque España no se puede permitir la fuga de jóvenes talentos, y la historia real (multiplicada por decenas en la actualidad) de esta joven científica talentosa, que atiende al nombre de Nuria Martí Gutiérrez y que fue despedida por un ERE del centro de estudios científicos que lleva el nombre del preocupadísimo señor pre-coronado.



  También en estos días he tenido conocimiento de la última incursión cinematográfica de Icíar Bollaín, dedicada precisamente a este mismo asunto: el forzoso exilio de jóvenes españoles. Reconozco que soy poco cinéfilo en general, aunque trabajar con medios audiovisuales para mis clases me ha hecho algo más aficionado al Séptimo Arte en los últimos años de lo que lo era antes. Y ella ha desempeñado un papel favorable en este gusto mío por el cine, pues todos sus trabajos detrás de la cámara me parecen estimulantes en grado sumo, al estar totalmente al margen de la burda pretenciosidad narcisística-gafapasta que tanto gusta en las butacas patrias, y por supuesto lejos de la chabacanería del género estrella aunque oculto del cine español: la comedia involuntaria. El encanto cultural y visual de su cine me ha parecido muy notable, muy por encima de la media, tanto en los filmes que me han gustado muchísimo (Te doy mis ojos, por ejemplo, que me parece una auténtica obra maestra) como en los que me han gustado bastante menos, a saber, También la lluvia o Katmandú. El documental de próximo estreno se titula En tierra extraña y, desde luego, el avance (desterremos, por favor, el absurdo anglicismo trailer) hecho para promocionar la obra promete emotividad, realismo y compromiso político a partes iguales.


  También he visto esta entrevista para Otra Vuelta de Tuerka (sic), cinéfilamente interesante, pero en otros aspectos bastante pobre, en mi modesta opinión, para el alto nivel intelectual que poseen tanto entrevistador como entrevistada; en especial, me parece una boutade absoluta hacer a Cristóbal Colón el abuelo del neoliberalismo, dando por buena esa primera página de la obra de Howard Zinn cargada de prejuicios apriorísticos que cualquier buen historiador debe dejar al margen. Pero regresando al avance cinematográfico ya visto, me impactó especialmente la cifra de que 20.000 españolitos vivían en Edimburgo (incluido uno de mis familiares, mi prima Bea). La ventaja de vivir en el noroeste de Inglaterra, como ya indiqué, es que estoy más o menos a la misma distancia en tren (directo, sin transbordos) de la capital inglesa que de la escocesa. Al mismo tiempo, me urgía tratar de consultar un impreso del siglo XVI para un artículo que estaba entonces acabando. No había podido encontrar un ejemplar de ese libro en la biblioteca con fondo antiguo que más visito, la John Rylands de Manchester, pero sí tenían copias de él en la British Library y en la National Library of Scotland. Así que, puestos a elegir entre Londres y Edimburgo, me animé por todo este cúmulo de circunstancias que comento, sobre todo el documental mencionado, y me dispuse a hacer un viaje relámpago a la ciudad del Forth para pasar el fin de semana y seguir mi tónica habitual de mezclar negocios académicos con placer cervecero

  El periplo a Edimburgo comenzó con el ritual acostumbrado de mis viajes en tren por Gran Bretaña, esto es, profiriendo varios y sonoros exabruptos carpetanovetónicos en recuerdo de la familia de todos los políticos y electores británicos que, con sus votos desquiciados y sus corruptelas habituales, acabaron privatizando la red de ferrocarriles que antaño fue la más efectiva del orbe. Desde entonces, en este país se disfruta no solo de vagones sucios, incómodos y diseñados por un equipo de ingenieros intoxicados por fumar colas de batracios, como el Guarrolino (cualquier parecido de esto con la realidad es ciencia-ficción), sino también de las tarifas más caras de toda Europa. Sumemos a todo esto los típicos extras de la sociedad más clasista del universo, como el carricoche con porquería de comida y bebida (si no tienes pasta para comer, te jodes y bailas), o el wifi carísimo solo para los multimillonarios (o los que estafan a sus empresas) que van en primera clase. Menos mal que los paisajes son agradables y que, desde luego, la ciudad es absolutamente espectacular desde que uno ve las murallas del castillo ya llegando a la estación de Waverley.


  La biblioteca, céntrica y a tiro de piedra de la famosa y turística Royal Mile, también deparó la sorpresa agradable de tener una terraza exterior con sillas y mesitas para tomar café, elemento nada típico en el corazón de Midlothian pero propiciado por este inusualmente benigno invierno británico de 2014 que estamos viviendo. Precisamente en la cafetería de la biblioteca tomé mi primer contacto con la realidad emigrante: la cajera y el camarero eran españoles, como sucedió con los empleados de casi todos los bares y restaurantes que visité.


  Tras adquirir el consabido carnet de investigador, la sala de consulta de manuscritos y libros raros estaba situada en el piso de arriba. El espacio de trabajo es muy agradable: la sala estaba bien equipada y, sobre todo, muy concurrida, en especial si se tiene en cuenta que era un sábado por la mañana temprano y que el sol no es algo que precisamente se vea demasiado por estos pagos a las alturas de noviembre que estábamos.


Uno de los aspectos que más denota el cuidado con que se toman la conservación de los ejemplares en esta biblioteca se encuentra en que todas las mesas de consulta dispogan de estos atriles sintéticos, pensados para que los libros reposen en ellos y así ni la encuadernación se dañe ni los folios internos se descosan por abrirlo demasiado, pues tal riesgo suele ser frecuente cuando se trabaja con libros impresos hace más de cuatro siglos.



 Ya metidos en harina, el primero de los libros que consulté fue un ejemplar del Cancionero general de Hernando del Castillo del año 1573, la obra a la que dediqué mi tesis doctoral y mi primer libro. Por desgracia, mi muy modesto conocimiento de la poesía de finales del siglo XVI no me permite profundizar demasiado en esta edición, que cuenta con valiosos poemas añadidos al final. Son las primeras, las impresas en Valencia (1511 y 1514) y Toledo (1517, 1520 y 1527), las que mejor conozco, pues en ellas se recopila toda la poesía de finales de la Edad Media. Lo curioso del caso es que el elegante tomito que veis abajo fue publicado para aprovechar la demanda de lectura creada por otros españoles en tránsito europeo, tal como los que hoy emigran a Edimburgo: aquellos que habían establecido a fines del XVI su residencia en la hoy ciudad belga de Amberes (donde se imprimió este libro), durante aquellos años de la conocida hegemonía hispánica en Flandes, tal como se puede apreciar en su famoso y literal ayuntamiento.



   Mi interés por esta obra se debe a que estoy trabajando en una futura publicación impresa y una base de datos que tiene como objetivo crear un censo comentado de todos los ejemplares que han llegado a nuestros días del Cancionero general. La primera muestra de esta investigación acaba de salir publicada en este libro, editado por el Seminario de Estudios Medievales Hispánicos en homenaje a mi maestro norteamericano, Charles B. Faulhaber. Por este motivo, cada vez que voy a visitar una biblioteca de fondo antiguo, lo primero que hago es averiguar si tienen ejemplares del Cancionero general; y, si así sucede, los examino a fondo para mi censo, buscando huellas que pasados lectores hayan podido dejar, tales como anotaciones, glosas marginales, a veces tachaduras y expurgos de la censura inquisitorial de libros, para intentar comprender mejor cómo leían esta obra los lectores de la época. El ejemplar escocés, sin embargo, no ha presentado ninguna novedad a este respecto: está muy bien cuidado y en un excelente estado de conservación, pero no hay nada relevante para mi investigación, salvo haber examinado de primera mano un ejemplar más que anotar en el censo.




 El poemario que sí había venido a consultar específicamente lo escribió, curiosamente, un político, gobernador de Baza en los años iniciales del siglo XVI, que tenía aficiones poéticas. Se llamaba Francisco de Castilla y se había criado en la Corte de los Reyes Católicos como hermano de leche del príncipe Juan, el malogrado heredero de los reinos de Castilla y de Aragón. Hacia 1518, Francisco dedicó al todavía por venir Carlos I de España una obra, llamada Teórica de virtudes en coplas, con comentarios añadidos en prosa, que pretendía ser una especie de espejo de príncipes en el que ofrecer buenos consejos al imberbe gobernante para aquilatar la asunción de poderes que estaba a punto de suceder. La importancia del texto estriba en que, una vez desaparecidos los últimos monarcas Trastámara, por primera vez se ofrece un juicio positivo de la figura del rey castellano Pedro I, enemigo de Enrique II de Trastámara. También influye el hecho de que los Castilla, el linaje de Francisco, sean descendientes por vía ilegítima de aquel monarca cruel para unos, justiciero para otros. Como tal vez el lector pueda ya entrever, se vislumbra en estos versos de arte mayor castellano otra de las constantes repetidas en la Historia de España: las dos Españas machadianas, los dos polos opuestos que esquilman los recursos de todos en pos de su enfrentamiento compulsivo. Los tiempos de larga duración, tal como los definió Braudel, presentan estas a veces sorprendentes concomitancias. 




  Cuando acabé de consultarlo me llevé otra sorpresa: se trataba de un volumen facticio, es decir, de varios impresos que han acabado juntos en un mismo libro simplemente porque en algún momento de su devenir alguien ha decidido encuadernarlos juntos. Por lo tanto, al lado de esta obra de Francisco de Castilla figuraba un ejemplar de los tratados de Séneca traducidos al castellano y publicados en 1530.



  Así fue cómo finalizó mi viaje a la capital británica de la España exiliada, donde pude encontrar a centenares de mis compatriotas trabajando, por suerte, en todas partes, una ciudad en la que a cada paso que se da resuena una conversación en español. La ventaja agradable, al menos para quien suscribe, es que los domingos se puede comer paella valenciana auténtica en el Stockbridge Market. Prometo que volveré y esta vez llevaré el estómago vacío para degustarla allí, puesto que hacerlo en España cada día está más complicado. Por lo que respecta a la parte académica del viaje, nada mejor que finalizar con la anotación que un lector de las obras de Séneca encontradas inesperadamente realizó al final de este ejemplar. A mí también.



jueves, 31 de julio de 2014

#Bibliotecas (I): ¿Investiga...qué? Persiguiendo a John Rylands en Manchester

  Después de dos meses frenéticos sin actualizar el blog por motivos que ahora no viene al caso relatar, finalmente he encontrado una buena excusa para retomarlo. A la entrada de hoy ha dado pie una informal conversación aperitivesca que tuve en España recientemente. La charla fue más o menos así:
- Debe de ser duro enfrentarte a esos estudiantes británicos, en una lengua que no es la tuya y con su acentazo, todos los días del año, de lunes a viernes.
- Bueno, en realidad es de lunes a jueves, los viernes no tengo clase.
- ¡Cojones! ¿Por qué?
- Es mi día de investigación.
- ¿Y eso qué es? ¿A quién investigas los viernes?
- A nadie, hombre. Investigo fuentes primarias, manuscritas e impresas, de la literatura medieval hispánica, sobre todo fuentes poéticas, cancioneros y otras colecciones de poesía.
- Joder, cabronazo, qué bien vivís los profesores: ¡ya quisiera yo fines de semana de tres días, aunque uno tuviera que dedicarlo a leer poemas!


  Como ilustra bien el divertido meme que acabo de poner más arriba, mi amiguete es fiel seguidor del dicho tan hispánico que señala tres suculentos ingredientes de la profesión idílica y deseada por todos: el trabajo de un obispo, el sueldo de un ministro y las vacaciones de un maestro. No quiero ponerme a defender mi profesión contra viento y marea; primero, porque pocas cosas me resultan tan molestas como el corporativismo, uno de los vicios patrios más predilectos. Además, de forma muy reciente dos periodistas tan dispares como Jordi Évole, en este artículo, y Agustín Moreno, en este otro, esgrimen argumentos que me parecen mucho más aproximados a la realidad que la mayoría de conversaciones cotidianas basadas en no pocas noticias, burdas y sin consistencia, en las que se denigra a los profesores de forma sistemática. 

  Sin embargo, sí me parece que es harto evidente, tal como se desprende de la conversación entre caña y caña dominical, que el concepto 'investigación' es, en ocasiones, un poco complejo de explicar al ciudadano de a pie, sobre todo en lo que respecta a la investigación en Humanidades. Tampoco es que la prensa ayude mucho al respecto, como por ejemplo deja ver este artículo sobre los ocho males del profesor universitario, que ha sido muy comentado por las redes sociales en las semanas previas. Sin entrar en otros temas espinosos, a la valoración y conocimiento de la investigación universitaria por parte de toda la ciudadanía no ayuda nada de nada enunciados como el del punto 7 del citado artículo, que reza La investigación, ¿sirve para algo?, sino que más bien difumina el ya de por sí alicaído prestigio de la investigación universitaria. Parece oportuno recordar, en este punto, cómo ya en el año 2006 el Libro Blanco de las Humanidades en España, estudio a mi juicio bastante autorizado, enumeraba como principal carencia el "escaso peso relativo de las Humanidades en el conjunto de la financiación pública en investigación" (p. 14). El resultado es, pues, tan desolador como la conversación mantenida con mi amigo. Nadie sabe qué es eso de investigar en Humanidades.


  He decidido que voy a dedicar esta entrada veraniega a relatar un poco mi experiencia personal en el asunto, por si es de interés para quienes quieran poseer un elemento de juicio verídico y contrastado que oponer a las disparatadamente absurdas e indocumentadas generalizaciones con las que politicastros de media melenita, juntaletras de la canallesca patriotera y opinólogos expertos en tripodología felina execran día tras día cualquier intento serio de debate sobre la educación y la investigación universitaria.

  La investigación en Humanidades, como es obvio, no va a descubrir el remedio de una enfermedad incurable ni ningún compuesto orgánico o material revolucionario. Tampoco se trata, como bromeaba mi amigo, de perseguir a alguien de forma policial, si bien en muchos casos los rudimentos del método detectivesco resultan de bastante utilidad en el objetivo básico de quienes, como es mi caso, investigamos en épocas como la medieval. Este objetivo es la ampliación de nuestro conocimiento global del pasado, en algunos casos incluso para corregir, matizar o perfilar mejor el conocimiento que ya poseíamos del mismo tema. En mi caso, la búsqueda se centra en fuentes primarias de la literatura y de la historia española medieval, en principio la escrita en castellano, aunque rastreo también el resto de lenguas habladas en España para los otros equipos de trabajo del proyecto PhiloBiblon, al que algún día le dedicaré una entrada para explicar lo que es. Si investigo fuentes primarias históricas y literarias es, sobre todo, porque en el período que conocemos con el nombre de Baja Edad Media (más o menos entre los años 1350 a 1500, lustro arriba, lustro abajo), hay demasiados supuestos y datos que me hacen desconfiar de cómo está montado el esqueleto de sucesiones y acontecimientos que se dan. En una palabra, no me fío de muchas cosas que se dan por supuestas. Por eso, trato en especial de hallar nuevas fuentes que nos ayuden a comprender mejor el pasado y, sobre todo, que aporten nuevas perspectivas a asuntos que aparecen como innegables en nuestra línea del tiempo medieval y yo tengo la intuición de que no fueron así ni por asomo. No llego a tanto como los conspiranoicos del vídeo de abajo, que niegan la existencia de la Edad Media entera, pero sí me gusta cuestionar la manera en la que nuestro conocimiento del pasado ha llegado a la sociedad actual.


  A pesar de que a los cabecicubos de costumbre no les entre en la mollera y sigan insistiendo en lo poquísimo que trabajamos los profesores, es precisamente los viernes el día de la semana en el que me levanto más temprano. A las 8 de la mañana ya estoy debajo de este cartelito para tomar el tren hacia Manchester.

  Depende del tren que pille, a veces hasta Deansgate, a veces hasta Manchester Oxford Road, suelo tardar unos 45 minutos hasta el lugar en el que paso los viernes: la biblioteca con fondo de libros antiguos de la Universidad Manchester, más conocida con el nombre de John Rylands Library.


  Tal vez sea una de las bibliotecas más bonitas en las que he estado, sobre todo el edificio antiguo, cuyo uso está en la actualidad restringido casi solo a exposiciones. El interior es, como podéis ver, magnífico, un lugar de ensueño para todos los bibliófagos como quien suscribe estas líneas.


 El otro engendro de cristal que aparece a la izquierda, y que rompe por completo un paisaje idílico, es un edificio vomitivo de una marca de esas caras de ropa, complementos y afeites de esos que, en las celestinescas palabras de Fernando de Rojas, no son más que "untos y mantecas". La verdad es que su continua visión durante estos viernes de investigación me ha hecho quitarme muchos complejos hispánicos: me doy cuenta de que casos de arquitectos psicoególatras y políticos de urbanismo tolais que aprueban disparates arquitectónicos como este no se dan solo de los Pirineos al Atlas, sino también entre los Peninos y los Pirineos. En todas partes cuecen habas.


     La sala donde se consultan los libros antiguos se llama Elsevier Room y está en un edificio nuevo, construido entre medias de estos dos.


  Allí estoy todos los viernes, desde las 9 más o menos, hasta las 5 de la tarde, examinando algunos impresos y manuscritos hispánicos. A esa hora ya me voy a comer algo para no desfallecer, y a pesar de que la zona de Deansgate está llena de restaurantes españoles, no sé por qué siempre acabo en este sitio y con la misma compañía...

  Acabo de pedir un proyecto de investigación para trabajar más a fondo estas joyas de las literaturas hispánicas, y a lo largo de este verano también pediré otro más, así que, si tengo suerte y consigo la financiación necesaria, seguiré ilustrando en el blog lo que encuentre por aquí. Eso sí: me permito enseñar en este espacio la que, en mi opinión, es la más destacada obra que alberga este repositorio. Se trata del mejor ejemplar que se conserva del Cancionero general, de Hernando del Castillo, en concreto de su tercera edición, impresa en Toledo en 1517. De esta edición solo han llegado a nuestros días tres ejemplares (los otros dos están en la Biblioteca Pública de Boston y en la Biblioteca Nacional de París), y el de Manchester es el que presenta un mejor estado de conservación, como dan fe estas instantáneas tomadas cortesía de la biblioteca John Rylands.






  La investigación está muy poco valorada en España sobre todo entre la gente común, que opina muy influida (demasiado, diría yo) por el martilleo compulsivo de los medios de propaganda (ellos dicen que de comunicación) hacia las profesiones docentes y ligadas a la universidad. Incluso en áreas científicas en puridad, como la medicina, no solo no se estimula al que investiga sino que el trato que recibe es de una inequidad pasmosas, como recientemente se quejaba el prestigioso doctor José María Delgado en este artículo:

¿Sabes qué castigo hay en esta universidad para los que no investigan? Que no pueden dirigir tesis doctorales. Yo ya lo dije, esto es fantástico, tú das tus clases, no investigas, y además te castigo y así te puedes ir a Chipiona todo el día. ¿No sería mejor quitarles sueldo o darle más clases? Por eso digo que la universidad española la tienen que rehacer.
   No sé si rehacer, pero desde luego ser plenamente consciente de que la investigación, mezclada con la eeducación, sirve para convertir a los estudiantes en mejores ciudadanos, para que sean más conscientes de todo el elenco de manipulaciones, a veces interesadas, a veces involuntarias, subyacen en todas y cada una de las fuentes de información de las que ha dispuesto la Humanidad en su historia. La literatura tampoco es ajena a ello. Y con el paso del tiempo, contamos con la ventaja de que las manipulaciones partidistas e interesadas son mucho más evidentes, se ven enseguida y se pueden analizar con detenimiento. Tal vez así seamos capaces de cometer otros errores, no los ya cometidos en el pasado. Y el análisis de lo que ha pasado es tan importante para nuestro futuro como el presente. Al menos esa es la idea con la que yo trato de aprovechar mis viernes de investigación en Manchester.