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miércoles, 14 de octubre de 2015

Nuevo año escolar, nuevo curso: brujería, herejía e inquisición en la Europa medieval y moderna

  Como ya he dicho alguna otra vez en este blog, por mucho que nos tomemos las uvas en diciembre, como todo el mundo, para un profesor universitario el año empieza entre septiembre y octubre, con el comienzo del curso escolar. Este año, para cambiar un poco la perspectiva de lo que he enseñado antes, y también para ni aburrirme yo ni aburrir a mis estudiantes, voy a dar por primera vez un curso en el que hablaremos sobre brujas (y brujos), herejes (pero no de herejas) e inquisidores (inquisidoras no recuerdo que hubiera, a pesar de que gramaticalmente exista el término). Como anécdota curiosa, meses atrás, hurgando entre mis muchas cajas de cedés musicales todavía  sin colocar, encontré por casualidad (o no), los grandes éxitos del gran Steve Miller y sus muchachos, que me acompañaron bastantes veces durante este verano (ya sabéis, esos tres meses que dicen las malas lenguas que los profesores no trabajamos), mientras que diseñaba el curso y establecía lecturas primarias y secundarias. Así que vamos a empezar con él para poner banda sonora a esta entrada. Sí, cierto: es uno más de aquellos vídeos ochenteros que apenas se dejan ver hoy día sin troncharse de risa, pero hay que disfrutarlos de tan horteras que son.


  En el temario del curso (que se puede consultar completo aquí) vamos a analizar varios de los más famosos casos de herejía, brujería e inquisición de la Historia de Europa entre los siglos XIII y XVII, así como su reflejo en la literatura de la época en que se produjeron.


  
  Empezamos la semana pasada con el marco teórico y conceptual de los elementos a analizar, y estos días ya nos hemos metido en harina de la buena, estudiando la Divina Comedia de Dante y, sobre todo, su mención a Fray Dulcino de Novara y el movimiento igualitario de los Pseudo-Apóstoles. Para calibrar mejor su calado, he utilizado algo que seguro tenéis todos en mente: la famosa escena de "Penitenciàgite!" que sale en la magnífica versión cinematográfica de El nombre de la rosa, la novela de Umberto Eco llevada a la gran pantalla por Jean-Jacques Annaud.


  Trabajar con películas es uno de los elementos novedosos de este curso. Cada semana, para cada lectura y cada época, los estudiantes tienen un film sugerido para ver y comprender mejor el entorno histórico y cultural en el que nos vamos a ver con las lecturas. Por ejemplo, la semana que viene trabajaremos con los Geisslerlieder alemanes, los cantos de los flagelantes, para lo cual nos serviremos de algunas imágenes del clásico de Bergman, El séptimo sello, como por ejemplo su magnífica escena inicial.



  Uno de los mayores atractivos de diseñar este curso fue la posibilidad de cubrir las lenguas y literaturas de mi época de especialidad (Edad Media y Siglo de Oro), en las cuatro lenguas (italiano, alemán, español y francés, además del inglés, nuestra lingua franca) que se enseñan en mi actual casa, el Departamento de Lenguas y Culturas Extranjeras de la universidad de Lancaster. Los textos se leen en el idioma original en que fueron compuestos (versión modernizada en algunos casos) y en inglés actual. Por ejemplo, esta es la obra que analizaremos correspondiente a la literatura francesa: la Ballade des dames du temps jadis, de François Villon, en el que aparece el personaje a estudiar, Juana de Arco.


  
  El momento más especial del curso va a ocurrir durante la penúltima semana de clase. Primero, porque hablaremos de las brujas locales (con perdón), es decir, de las famosísimas Pendle Witches, uno de los casos más y mejor documentados en Inglaterra relativo a brujería, que tuvo lugar aquí, en Lancaster, durante el año 1612. Pero lo que hará más especial la ocasión es que celebraremos la clase precisamente en el mismo lugar en el cual el juicio tuvo lugar: en el castillo de Lancaster.



  En la primera parte de la sesión, visitaremos las mazmorras en las que las Jennet Preston y las demás acusadas fueron encerradas y sufrieron tormento.



  Poco después, el director del museo del castillo, Colin Penny, nos dará un charla acerca de aquellos sucesos en el mismo lugar donde las brujas fueron juzgadas: la corte judicial de la corona británica situada en el castillo del Duque de Lancaster.



  Como es costumbre en mis clases, los temas semanales están abiertos a discusión académica pública. Por lo tanto, cualquier lector con un mínimo de conocimientos (para empezar, de inglés, lengua en la que se imparten las clases) podrá participar con nosotros y seguirnos en Twitter a través del hashtag general del curso (#DELCwitchcraft15) y de los generales de cada semana. Aquí abajo podéis ver una muestra de los temas y debates que hemos tenido hasta ahora; comprobaréis que mis estudiantes conforman un grupo de animoso, participativo y, sobre todo, con muchas ganas de aprender, incluyendo también el uso de nuevas tecnologías. 



  
  Así que animáos a participar. ¿O es que vais a encontrar algo mejor en Twitter que hablar de brujas, herejes e inquisidores conmigo y mis estudiantes? ;-) 

jueves, 31 de julio de 2014

#Bibliotecas (I): ¿Investiga...qué? Persiguiendo a John Rylands en Manchester

  Después de dos meses frenéticos sin actualizar el blog por motivos que ahora no viene al caso relatar, finalmente he encontrado una buena excusa para retomarlo. A la entrada de hoy ha dado pie una informal conversación aperitivesca que tuve en España recientemente. La charla fue más o menos así:
- Debe de ser duro enfrentarte a esos estudiantes británicos, en una lengua que no es la tuya y con su acentazo, todos los días del año, de lunes a viernes.
- Bueno, en realidad es de lunes a jueves, los viernes no tengo clase.
- ¡Cojones! ¿Por qué?
- Es mi día de investigación.
- ¿Y eso qué es? ¿A quién investigas los viernes?
- A nadie, hombre. Investigo fuentes primarias, manuscritas e impresas, de la literatura medieval hispánica, sobre todo fuentes poéticas, cancioneros y otras colecciones de poesía.
- Joder, cabronazo, qué bien vivís los profesores: ¡ya quisiera yo fines de semana de tres días, aunque uno tuviera que dedicarlo a leer poemas!


  Como ilustra bien el divertido meme que acabo de poner más arriba, mi amiguete es fiel seguidor del dicho tan hispánico que señala tres suculentos ingredientes de la profesión idílica y deseada por todos: el trabajo de un obispo, el sueldo de un ministro y las vacaciones de un maestro. No quiero ponerme a defender mi profesión contra viento y marea; primero, porque pocas cosas me resultan tan molestas como el corporativismo, uno de los vicios patrios más predilectos. Además, de forma muy reciente dos periodistas tan dispares como Jordi Évole, en este artículo, y Agustín Moreno, en este otro, esgrimen argumentos que me parecen mucho más aproximados a la realidad que la mayoría de conversaciones cotidianas basadas en no pocas noticias, burdas y sin consistencia, en las que se denigra a los profesores de forma sistemática. 

  Sin embargo, sí me parece que es harto evidente, tal como se desprende de la conversación entre caña y caña dominical, que el concepto 'investigación' es, en ocasiones, un poco complejo de explicar al ciudadano de a pie, sobre todo en lo que respecta a la investigación en Humanidades. Tampoco es que la prensa ayude mucho al respecto, como por ejemplo deja ver este artículo sobre los ocho males del profesor universitario, que ha sido muy comentado por las redes sociales en las semanas previas. Sin entrar en otros temas espinosos, a la valoración y conocimiento de la investigación universitaria por parte de toda la ciudadanía no ayuda nada de nada enunciados como el del punto 7 del citado artículo, que reza La investigación, ¿sirve para algo?, sino que más bien difumina el ya de por sí alicaído prestigio de la investigación universitaria. Parece oportuno recordar, en este punto, cómo ya en el año 2006 el Libro Blanco de las Humanidades en España, estudio a mi juicio bastante autorizado, enumeraba como principal carencia el "escaso peso relativo de las Humanidades en el conjunto de la financiación pública en investigación" (p. 14). El resultado es, pues, tan desolador como la conversación mantenida con mi amigo. Nadie sabe qué es eso de investigar en Humanidades.


  He decidido que voy a dedicar esta entrada veraniega a relatar un poco mi experiencia personal en el asunto, por si es de interés para quienes quieran poseer un elemento de juicio verídico y contrastado que oponer a las disparatadamente absurdas e indocumentadas generalizaciones con las que politicastros de media melenita, juntaletras de la canallesca patriotera y opinólogos expertos en tripodología felina execran día tras día cualquier intento serio de debate sobre la educación y la investigación universitaria.

  La investigación en Humanidades, como es obvio, no va a descubrir el remedio de una enfermedad incurable ni ningún compuesto orgánico o material revolucionario. Tampoco se trata, como bromeaba mi amigo, de perseguir a alguien de forma policial, si bien en muchos casos los rudimentos del método detectivesco resultan de bastante utilidad en el objetivo básico de quienes, como es mi caso, investigamos en épocas como la medieval. Este objetivo es la ampliación de nuestro conocimiento global del pasado, en algunos casos incluso para corregir, matizar o perfilar mejor el conocimiento que ya poseíamos del mismo tema. En mi caso, la búsqueda se centra en fuentes primarias de la literatura y de la historia española medieval, en principio la escrita en castellano, aunque rastreo también el resto de lenguas habladas en España para los otros equipos de trabajo del proyecto PhiloBiblon, al que algún día le dedicaré una entrada para explicar lo que es. Si investigo fuentes primarias históricas y literarias es, sobre todo, porque en el período que conocemos con el nombre de Baja Edad Media (más o menos entre los años 1350 a 1500, lustro arriba, lustro abajo), hay demasiados supuestos y datos que me hacen desconfiar de cómo está montado el esqueleto de sucesiones y acontecimientos que se dan. En una palabra, no me fío de muchas cosas que se dan por supuestas. Por eso, trato en especial de hallar nuevas fuentes que nos ayuden a comprender mejor el pasado y, sobre todo, que aporten nuevas perspectivas a asuntos que aparecen como innegables en nuestra línea del tiempo medieval y yo tengo la intuición de que no fueron así ni por asomo. No llego a tanto como los conspiranoicos del vídeo de abajo, que niegan la existencia de la Edad Media entera, pero sí me gusta cuestionar la manera en la que nuestro conocimiento del pasado ha llegado a la sociedad actual.


  A pesar de que a los cabecicubos de costumbre no les entre en la mollera y sigan insistiendo en lo poquísimo que trabajamos los profesores, es precisamente los viernes el día de la semana en el que me levanto más temprano. A las 8 de la mañana ya estoy debajo de este cartelito para tomar el tren hacia Manchester.

  Depende del tren que pille, a veces hasta Deansgate, a veces hasta Manchester Oxford Road, suelo tardar unos 45 minutos hasta el lugar en el que paso los viernes: la biblioteca con fondo de libros antiguos de la Universidad Manchester, más conocida con el nombre de John Rylands Library.


  Tal vez sea una de las bibliotecas más bonitas en las que he estado, sobre todo el edificio antiguo, cuyo uso está en la actualidad restringido casi solo a exposiciones. El interior es, como podéis ver, magnífico, un lugar de ensueño para todos los bibliófagos como quien suscribe estas líneas.


 El otro engendro de cristal que aparece a la izquierda, y que rompe por completo un paisaje idílico, es un edificio vomitivo de una marca de esas caras de ropa, complementos y afeites de esos que, en las celestinescas palabras de Fernando de Rojas, no son más que "untos y mantecas". La verdad es que su continua visión durante estos viernes de investigación me ha hecho quitarme muchos complejos hispánicos: me doy cuenta de que casos de arquitectos psicoególatras y políticos de urbanismo tolais que aprueban disparates arquitectónicos como este no se dan solo de los Pirineos al Atlas, sino también entre los Peninos y los Pirineos. En todas partes cuecen habas.


     La sala donde se consultan los libros antiguos se llama Elsevier Room y está en un edificio nuevo, construido entre medias de estos dos.


  Allí estoy todos los viernes, desde las 9 más o menos, hasta las 5 de la tarde, examinando algunos impresos y manuscritos hispánicos. A esa hora ya me voy a comer algo para no desfallecer, y a pesar de que la zona de Deansgate está llena de restaurantes españoles, no sé por qué siempre acabo en este sitio y con la misma compañía...

  Acabo de pedir un proyecto de investigación para trabajar más a fondo estas joyas de las literaturas hispánicas, y a lo largo de este verano también pediré otro más, así que, si tengo suerte y consigo la financiación necesaria, seguiré ilustrando en el blog lo que encuentre por aquí. Eso sí: me permito enseñar en este espacio la que, en mi opinión, es la más destacada obra que alberga este repositorio. Se trata del mejor ejemplar que se conserva del Cancionero general, de Hernando del Castillo, en concreto de su tercera edición, impresa en Toledo en 1517. De esta edición solo han llegado a nuestros días tres ejemplares (los otros dos están en la Biblioteca Pública de Boston y en la Biblioteca Nacional de París), y el de Manchester es el que presenta un mejor estado de conservación, como dan fe estas instantáneas tomadas cortesía de la biblioteca John Rylands.






  La investigación está muy poco valorada en España sobre todo entre la gente común, que opina muy influida (demasiado, diría yo) por el martilleo compulsivo de los medios de propaganda (ellos dicen que de comunicación) hacia las profesiones docentes y ligadas a la universidad. Incluso en áreas científicas en puridad, como la medicina, no solo no se estimula al que investiga sino que el trato que recibe es de una inequidad pasmosas, como recientemente se quejaba el prestigioso doctor José María Delgado en este artículo:

¿Sabes qué castigo hay en esta universidad para los que no investigan? Que no pueden dirigir tesis doctorales. Yo ya lo dije, esto es fantástico, tú das tus clases, no investigas, y además te castigo y así te puedes ir a Chipiona todo el día. ¿No sería mejor quitarles sueldo o darle más clases? Por eso digo que la universidad española la tienen que rehacer.
   No sé si rehacer, pero desde luego ser plenamente consciente de que la investigación, mezclada con la eeducación, sirve para convertir a los estudiantes en mejores ciudadanos, para que sean más conscientes de todo el elenco de manipulaciones, a veces interesadas, a veces involuntarias, subyacen en todas y cada una de las fuentes de información de las que ha dispuesto la Humanidad en su historia. La literatura tampoco es ajena a ello. Y con el paso del tiempo, contamos con la ventaja de que las manipulaciones partidistas e interesadas son mucho más evidentes, se ven enseguida y se pueden analizar con detenimiento. Tal vez así seamos capaces de cometer otros errores, no los ya cometidos en el pasado. Y el análisis de lo que ha pasado es tan importante para nuestro futuro como el presente. Al menos esa es la idea con la que yo trato de aprovechar mis viernes de investigación en Manchester.

lunes, 31 de marzo de 2014

De cervezas y exilios, medievales y contemporáneos

  Durante la pasada semana, en el curso sobre análisis de la poesía española relacionada con la serie Game of Thrones del que ya os hablé en otra ocasión, tratamos el tema del exilio, con la consiguiente etiqueta de Twitter (#exile) con la cual, si así lo deseas, puedes seguir todavía el debate surgido a raíz de las lecturas y de las imágenes mostradas en clase. Por encima de las consideraciones sociológicas del exilio, trazadas aquí de forma sucinta pero muy apropiada por el profesor Claudio Bolzman, y también dejando a la consideración de los alumnos el magnífico proyecto sobre los exiliados después del fin de la Guerra Civil española, en aquella clase nos centramos en analizar la lírica de uno de los grandes poetas españoles de todos los tiempos, cuyo devenir vital precisamente estuvo marcada por el exilio: Antonio Machado, aquí fotografiado en sus buenos años de tertulias capitalinas previos al desastre bélico que acabaría por condenarlo, como a centenares de miles de españoles, a morir lejos de su patria.


  Tal como ha sido frecuente en el curso, casi todos los alumnos reaccionaron de forma fantástica, interactuando no solo en las discusiones surgidas esta semana, sino que incluso llegaron a participar en #Machadoenuntuit, iniciativa en homenaje al poeta sevillano que ocurrió el 22 de febrero de 2014 con motivo del 75 aniversario de su muerte. Repasamos también algunos momentos del documental sobre su vida emitido por RTVE hace ya algún tiempo y, por supuesto, como el poema de Machado que los estudiantes debían leer y analizar es el famoso poema XIX de Proverbios y cantares ("Caminante no hay camino"), escuchamos en clase la magnífica versión musical de Joan Manuel Serrat.


   El gran cantante catalán tal vez sea el artista español que más ha contribuido a popularizar la poesía de  los grandes poetas ibéricos cuyo destino fue trágicamente sesgado por la sinrazón de la guerra; no es de extrañar, por ello, que algunas personas, sobre todo procedentes del inframundo del famoseo y del fantasmeo, lo tengan a él como el autor de los versos y no al poeta andaluz de alma atormentada por el cincel de la vida mesetaria.

  Antes de mostrar imágenes de la obligada marcha de españoles republicanos como consecuencia de la imposición de una dictadura militar en 1939, también vimos en clase un pequeño resumen en vídeo de la imaginaria familia de los Targaryen, protagonistas en la serie Game of Thrones de la mayoría de escenas relacionadas con el exilio. No obstante, no fue éste el exilio medieval que más llamó la atención de mis estudiantes, sino uno real y documentado, aunque muy poco conocido en general, tan poco que muchos de mis estudiantes han pasado muchas veces, sin darse cuenta, por la misma puerta de un vestigio que lo recuerda en esta misma ciudad en la que viven.


   Apenas unos quinientos metros más abajo del formidable castillo de la ciudad de Lancaster al que ya me referí, se sitúa una de las arterias centrales de la villa británica, Market Street. Al principio de la calle se puede uno encontrar con este pub, Ye Olde John O' Gaunt, a quien también recuerdan, además del rótulo principal, dos pequeños platillos de cerámica situados a ambos lados de la puerta principal.


   Ese viejo Juan de Gante al que debe su nombre esta simpática cervecería situada en el corazón del Lancashire fue, como se aprecia en la imagen de arriba, el más famoso Duque de Lancaster habido en la Europa medieval. En realidad, debería de haber sido conocido como Juan de Plantagenet (1340-1399), pues pertenecía a esta dinastía como vástago de Eduardo III (1312-1377) que era; pero nació en la villa flamenca de Gante, razón de su apodo, ciudad que en inglés medieval a veces se transcribía como "Gaunt", otras veces como "Guant", tal como se puede ver aún en el interior del pub.


  Un dato curioso es que su copiosa descendencia, tanto legítima como ilegítima, fue origen de las tres siguientes familias reinantes en el trono inglés: de nuestro duque cervecero descienden las dinastías de Lancaster, de York y de la surgida tras la Guerra de las Dos Rosas (1455-1485) en la que las dos anteriores se enfrentaron, la dinastía Tudor (de la que ya hablé en alguna ocasión). En líneas generales, la historiografía lo considera como el más rico y poderoso barón medieval de la Inglaterra de finales del siglo XIV, con el poder de un rey, pero sin llegar a reinar. Sin embargo, al observar uno de los retratos que de él se conservan, aunque algo posterior a la época de esplendor del Duque, quienes no conozcan bien la historia medieval hispánica se pueden sentir algo confundidos por la presentación que de él se hace a la derecha de esta imagen:


  Las cuatro primeras líneas en latín dicen: Johannes, filivs qvartvs Edvardi tertii, Rex Castella et Legioni, Dvx Lancasterae, es decir, "Juan, cuarto hijo de Eduardo III, Rey de Castilla y León, Duque de Lancaster". Si os fijáis además en el escudo de armas que está a la izquierda de la imagen, comprobaréis cómo además del cuartelado mayor, compuesto por flores de lis (emblema de los Duques de Aquitania) y por tres leones atigrados (emblema de los Plantagenet), se incorpora en el centro un cuartelado más pequeño formado por leones y castillos, es decir, el símbolo heráldico de la corona de Castilla y León durante la Edad Media.

  Como en el caso ficcional de Viserys Targaryen, presentado como el "legítimo rey" en Game of Thrones, y al igual que aquella II República alabada por Machado e ilegítimamente derrocada por la fuerza de las armas en 1936, a nuestro viejo amigo Juan de Gante le ocurrió lo mismo: fue durante algún tiempo el legítimo monarca de Castilla y León. La Guerra civil del siglo XX no ha sido la única vivida en tierras españolas: mucho antes tuvo lugar el conflicto conocido como guerra civil castellana (1351-1369), que acabó con un violento desenlace: la entronización de una familia bastarda, los Trastámara, descendientes ilegítimos de Alfonso XI. El pariente mayor de este linaje, el Conde de Trastámara, fue coronado como Enrique II tras haber dado muerte a su medio hermano, Pedro I, el rey legítimo, en la batalla de Montiel. Tal como explica el canciller Pero López de Ayala en su famosa crónica sobre la guerra civil, Juan de Gante, Duque de Lancaster, había contraído matrimonio con Constanza de Castilla, hija del monarca asesinado, motivo por el cual pasó a ostentar su título de rey de Castilla y León, porque suyo era el trono a través de los derechos que había adquirido merced a tal matrimonio. Quién lo diría viendo el tranquilo interior del pub que lleva su nombre en Lancaster, ¿verdad?


   Ni que decir tiene que, a partir de 1369, el castillo de Lancaster, a tiro de piedra de nuestra cervecería, vio crecer a una corte castellana en el exilio, los partidarios de Pedro I y de su linaje, que no paró de alentar a Juan de Gante a perseverar y a reclamar lo que era suyo por justicia. Y el caso fue que el Duque flirteó con la idea durante algún tiempo: no dejó de firmar todos sus documentos de esta época como Rey de Castilla y León, e incluso llegó a ponerse al frente de sus tropas para invadir Galicia en 1386, con la ayuda de Portugal, como relata de nuevo el canciller Ayala en su crónica. Al final, la flema británica nativa pesó más que el ardor hispánico obtenido por vínculo matrimonial: el Duque comprendió que el camino hacia el trono era muy incierto, así que dos años más tarde de la fallida invasión, en 1388, prefirió firmar un pacto con Juan I, heredero y sucesor de Enrique II. Este pacto es conocido con el nombre de treguas de Bayona, en la que se concertó un compromiso mediante el cual los hijos de ambos firmantes, Enrique por parte Trastámara (futuro Enrique III) y Catalina de Lancaster, nieta de Pedro I, contraerían matrimonio cuando alcanzasen la mayoría de edad, con el claro objetivo de solucionar los problemas de la ilegitimidad de los Trastámara al trono castellano, pues así se unirían de nuevo los dos linajes castellanos enfrentados por la guerra civil. Se tata esta de una historia poco conocida, salvo por especialistas en la época, pero es, grosso modo, la que subyace detrás del nombre troquelado en estas atractivas vidrieras.




 




  


  En fin, mientras acabo de escribir esto y degusto a vuestra salud, caros lectores, la cervecita de la foto de más abajo que me acaban de servir, hago mías las palabras del mismo poeta que abría esta entrada, Antonio Machado, escritas en aquella misiva suya a Ortega y Gasset que tanto irritó al irascible maestro:
  
La calle, el café, el teatro, la taberna... son algo muy superior a la universidad