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miércoles, 25 de mayo de 2016

#HybrisHispanica: problemas de traducción en 'Juego de Tronos'. ¿Qué hacemos ahora con Hodor?

  No es esta la primera vez que me refiero en este blog a la famosa serie Game of Thrones (Juego de Tronos en español), pues llevo ya bastantes años utilizándola habitualmente en mis clases para explicar historia y literatura española de la Edad Media. De hecho, ahora mismo estoy acabando de redactar un artículo sobre los pros y los contras de enseñar siguiendo la serie, que espero pueda publicarse pronto y compartir así mis experiencias con otros docentes igualmente interesados en tales experimentos educativos. 



  La idea de utilizar la serie me la dieron mis estudiantes, a los que escuchaba conversar y contarse la serie unos a otros tras cada episodio. Había que estar al día de lo que pasaba en cada capítulo, porque si no lo habías visto, perdías el hilo y te enterabas de tramas que no deberías. La entrada de hoy es una de esas, así que, como es preceptivo, toca avisar al lector de que voy a proceder a un total destripe (por favor, dejemos de usar el horripilante 'spoiler') del capítulo quinto de la sexta temporada de la serie. Por lo tanto, si no lo has visto todavía, es mejor que dejes de leer inmediatamente y regreses cuando lo hayas visto.



 Y aquí está tu última oportunidad para abandonar el blog antes de proceder a destripar el episodio.




   Muy bien, tú lo has querido ;-)

   La serie no deja de sorprender a los que la disfrutan añadiendo a las escenas de acción y a las complejas tramas políticas la muerte de personajes importantes, a cual de ellas más inesperada. Desde la de Ned Stark en la primera temporada, a la excelsa y sanguinaria Boda Roja de la segunda, pasando por el envenenamiento de Joffrey Baratheon-Lannister en la tercera, o el más reciente apuñalamiento de Jon Snow (minimizado tal vez por su esperadísima resurrección a inicios de esta temporada), el caso es que los guionistas cada vez se las tienen que ingeniar más para pillarnos por sorpresa. Tal vez por ello han escogido sacrificar ahora al personaje de Hodor, el gigantesco y forzudo sirviente de la familia Stark al cuidado de los pequeños de la saga desde que tuvieron que abandonar clandestinamente su morada de Winterfell (Invernalia). 



  Algún capítulo atrás ya habíamos visto cómo Bran, regresando a la niñez de su padre, tomaba contacto visual con Hodor, en aquel entonces un niño de gigantesco tamaño llamado Wylis, hijo a la sazón de una de las sirvientes de su padre. El detalle que sorprendió a Bran fue que, en apariencia, Wylis no tenía ningún problema y hablaba como los demás, pues, antes de esa regresión al pasado, siempre que aparecía Hodor solo pronunciaba esa palabra, 'hodor', cada vez que era preguntado por algo. Tal como ocurriese en la saga de la Guerra de las Galaxias con Chewbacca, las bromas en la red con Hodor han proliferado, en especial los salones para mantener conversación tales como esta:



  Por desgracia para los muchos admiradores del bonancible gigantón, en el capítulo de marras Hodor tiene que sacrificar su vida para salvar la de Bran, pues cuando el ejército de Caminantes Blancos ataca la cueva, Meera Reed empuja el carromato de Bran mientras que pide al bonachón sirviente que utilice su descomunal tamaño y fuerza para sujetar la puerta por la que ambos, Bran y Meera, huyen. Aquí está la escena en su lengua original, con subtítulos en la misma.



   Si en los capítulos anteriores el pequeño Wylis sí sabía hablar, ahora sabemos la razón por la que dejó de hacerlo: al entrar en su cerebro para salvar la vida, Bran lo hizo en el pasado, a través del pequeño Wylis, para activar al Wylis del futuro. Esto provocó en el adolescente una enfermedad que, de acuerdo a esta futura doctora en neurociencia, se llama afasia expresiva. La joven estudiante ha utilizado precisamente el personaje y las circunstancias que rodean a Hodor para llamar la atención sobre este poco conocido trastorno cerebral.



  Además de la inmensa pena causada a los seguidores de la serie por la muerte de quizá el único personaje inocente que había en las tramas (como los propios protagonistas explican aquí), habría mil asuntos que comentar al respecto, en especial la intromisión de Bran desde el futuro en el pasado. Pero en realidad, y a pesar de publicarse esto hoy, en el Día del Orgullo Friki, voy solo a centrarme en un asunto puramente lingüístico. A raíz de la muerte, también conocemos que, en realidad, la palabra 'hodor', con la que nuestro amigote responde a todo, es una contracción de la frase que Meera Reed le decía mientras ella huía con Bran, 'hold the door', es decir, 'sujeta la puerta'. Así que el problema que se presenta a los equipos de doblaje que trabajan en la traducción de la serie es realmente peliagudo y, para mi sorpresa, ha suscitado un debate tremendo en la red, llegando incluso a ámbitos de la prensa más tradicional. Este año, además, estoy bastante sensibilizado con el asunto precisamente porque, dentro del programa de estudios de maestría y de doctorado de la Universidad de Lancaster, he estado dirigiendo un trabajo de maestría centrado en los problemas que otra serie, The Big Bang Theory, presenta para el doblaje en español.




  Volviendo a nuestro amigo Hodor, y tal como presumidamente se señala en esta farfolla de artículo (ya saben, los ingleses siempre dispuestos a sacar pecho de su supuesto carácter único en el mundo mundial), es obvio que la traducción va a ser más fácil en aquellas lenguas donde la palabra 'puerta' derive de la misma raíz indoeuropea dʰwer- de donde deriva el inglés 'door', como el alemán 'tür' o el turco 'dur', que era el ejemplo mencionado en el artículo. Por este motivo, la maniobra más lógica para lenguas románicas es abandonar la traducción literal de 'puerta' y jugar con la proximidad fonética de otros vocablos igualmente válidos. Por ejemplo, uno de los doblajes del episodio para hispanohablantes de la América hispánica ha escogido la frase 'déjalo cerrado' para traducir 'hold the door'. La variante es bastante acertada, pues la leve aspiración de la jota en 'déjalo' y la presencia de la erre doble en 'cerrado' hacen asemejar bastante bien la evolución del original 'hodor'.



  No he tenido la oportunidad de ver la versión con el doblaje que se ha hecho en castellano para los espectadores de España, aunque creo que lo más sensato sería dejarlo así, pese a todas las teorías barajadas al respecto de lo que debería hacerse. Los directores de doblaje tienen un reto bastante complicado ante sí, aunque, desde luego, todo sería más fácil si en vez de una serie dramática, se tratase de una parodia o de una comedia: en eso los españoles no tenemos rival. De hecho, desde las primeras horas en que #HoldTheDoor se convirtió en tema de máxima atención en las redes sociales, en especial en Twitter, el humor hispánico comenzó a hacer de las suyas




  De todas las soluciones paródicas propuestas, tal vez la mejor sea esta



  Claro, que poco más tarde encontré esta otra, que casi me gusta más.



  Y encima, alguien se atrevió a subir esta solución en vídeo:




  Eso sí, ya en serio, yo soy muy malo para estas cosas, pero ¿se os ocurre una solución mejor para mantener el nombre de Hodor traduciendo 'hold the door' al castellano? ¡Hagan juego, damas y caballeros! Comenten la entrada y digan sus preferencias.




lunes, 31 de marzo de 2014

De cervezas y exilios, medievales y contemporáneos

  Durante la pasada semana, en el curso sobre análisis de la poesía española relacionada con la serie Game of Thrones del que ya os hablé en otra ocasión, tratamos el tema del exilio, con la consiguiente etiqueta de Twitter (#exile) con la cual, si así lo deseas, puedes seguir todavía el debate surgido a raíz de las lecturas y de las imágenes mostradas en clase. Por encima de las consideraciones sociológicas del exilio, trazadas aquí de forma sucinta pero muy apropiada por el profesor Claudio Bolzman, y también dejando a la consideración de los alumnos el magnífico proyecto sobre los exiliados después del fin de la Guerra Civil española, en aquella clase nos centramos en analizar la lírica de uno de los grandes poetas españoles de todos los tiempos, cuyo devenir vital precisamente estuvo marcada por el exilio: Antonio Machado, aquí fotografiado en sus buenos años de tertulias capitalinas previos al desastre bélico que acabaría por condenarlo, como a centenares de miles de españoles, a morir lejos de su patria.


  Tal como ha sido frecuente en el curso, casi todos los alumnos reaccionaron de forma fantástica, interactuando no solo en las discusiones surgidas esta semana, sino que incluso llegaron a participar en #Machadoenuntuit, iniciativa en homenaje al poeta sevillano que ocurrió el 22 de febrero de 2014 con motivo del 75 aniversario de su muerte. Repasamos también algunos momentos del documental sobre su vida emitido por RTVE hace ya algún tiempo y, por supuesto, como el poema de Machado que los estudiantes debían leer y analizar es el famoso poema XIX de Proverbios y cantares ("Caminante no hay camino"), escuchamos en clase la magnífica versión musical de Joan Manuel Serrat.


   El gran cantante catalán tal vez sea el artista español que más ha contribuido a popularizar la poesía de  los grandes poetas ibéricos cuyo destino fue trágicamente sesgado por la sinrazón de la guerra; no es de extrañar, por ello, que algunas personas, sobre todo procedentes del inframundo del famoseo y del fantasmeo, lo tengan a él como el autor de los versos y no al poeta andaluz de alma atormentada por el cincel de la vida mesetaria.

  Antes de mostrar imágenes de la obligada marcha de españoles republicanos como consecuencia de la imposición de una dictadura militar en 1939, también vimos en clase un pequeño resumen en vídeo de la imaginaria familia de los Targaryen, protagonistas en la serie Game of Thrones de la mayoría de escenas relacionadas con el exilio. No obstante, no fue éste el exilio medieval que más llamó la atención de mis estudiantes, sino uno real y documentado, aunque muy poco conocido en general, tan poco que muchos de mis estudiantes han pasado muchas veces, sin darse cuenta, por la misma puerta de un vestigio que lo recuerda en esta misma ciudad en la que viven.


   Apenas unos quinientos metros más abajo del formidable castillo de la ciudad de Lancaster al que ya me referí, se sitúa una de las arterias centrales de la villa británica, Market Street. Al principio de la calle se puede uno encontrar con este pub, Ye Olde John O' Gaunt, a quien también recuerdan, además del rótulo principal, dos pequeños platillos de cerámica situados a ambos lados de la puerta principal.


   Ese viejo Juan de Gante al que debe su nombre esta simpática cervecería situada en el corazón del Lancashire fue, como se aprecia en la imagen de arriba, el más famoso Duque de Lancaster habido en la Europa medieval. En realidad, debería de haber sido conocido como Juan de Plantagenet (1340-1399), pues pertenecía a esta dinastía como vástago de Eduardo III (1312-1377) que era; pero nació en la villa flamenca de Gante, razón de su apodo, ciudad que en inglés medieval a veces se transcribía como "Gaunt", otras veces como "Guant", tal como se puede ver aún en el interior del pub.


  Un dato curioso es que su copiosa descendencia, tanto legítima como ilegítima, fue origen de las tres siguientes familias reinantes en el trono inglés: de nuestro duque cervecero descienden las dinastías de Lancaster, de York y de la surgida tras la Guerra de las Dos Rosas (1455-1485) en la que las dos anteriores se enfrentaron, la dinastía Tudor (de la que ya hablé en alguna ocasión). En líneas generales, la historiografía lo considera como el más rico y poderoso barón medieval de la Inglaterra de finales del siglo XIV, con el poder de un rey, pero sin llegar a reinar. Sin embargo, al observar uno de los retratos que de él se conservan, aunque algo posterior a la época de esplendor del Duque, quienes no conozcan bien la historia medieval hispánica se pueden sentir algo confundidos por la presentación que de él se hace a la derecha de esta imagen:


  Las cuatro primeras líneas en latín dicen: Johannes, filivs qvartvs Edvardi tertii, Rex Castella et Legioni, Dvx Lancasterae, es decir, "Juan, cuarto hijo de Eduardo III, Rey de Castilla y León, Duque de Lancaster". Si os fijáis además en el escudo de armas que está a la izquierda de la imagen, comprobaréis cómo además del cuartelado mayor, compuesto por flores de lis (emblema de los Duques de Aquitania) y por tres leones atigrados (emblema de los Plantagenet), se incorpora en el centro un cuartelado más pequeño formado por leones y castillos, es decir, el símbolo heráldico de la corona de Castilla y León durante la Edad Media.

  Como en el caso ficcional de Viserys Targaryen, presentado como el "legítimo rey" en Game of Thrones, y al igual que aquella II República alabada por Machado e ilegítimamente derrocada por la fuerza de las armas en 1936, a nuestro viejo amigo Juan de Gante le ocurrió lo mismo: fue durante algún tiempo el legítimo monarca de Castilla y León. La Guerra civil del siglo XX no ha sido la única vivida en tierras españolas: mucho antes tuvo lugar el conflicto conocido como guerra civil castellana (1351-1369), que acabó con un violento desenlace: la entronización de una familia bastarda, los Trastámara, descendientes ilegítimos de Alfonso XI. El pariente mayor de este linaje, el Conde de Trastámara, fue coronado como Enrique II tras haber dado muerte a su medio hermano, Pedro I, el rey legítimo, en la batalla de Montiel. Tal como explica el canciller Pero López de Ayala en su famosa crónica sobre la guerra civil, Juan de Gante, Duque de Lancaster, había contraído matrimonio con Constanza de Castilla, hija del monarca asesinado, motivo por el cual pasó a ostentar su título de rey de Castilla y León, porque suyo era el trono a través de los derechos que había adquirido merced a tal matrimonio. Quién lo diría viendo el tranquilo interior del pub que lleva su nombre en Lancaster, ¿verdad?


   Ni que decir tiene que, a partir de 1369, el castillo de Lancaster, a tiro de piedra de nuestra cervecería, vio crecer a una corte castellana en el exilio, los partidarios de Pedro I y de su linaje, que no paró de alentar a Juan de Gante a perseverar y a reclamar lo que era suyo por justicia. Y el caso fue que el Duque flirteó con la idea durante algún tiempo: no dejó de firmar todos sus documentos de esta época como Rey de Castilla y León, e incluso llegó a ponerse al frente de sus tropas para invadir Galicia en 1386, con la ayuda de Portugal, como relata de nuevo el canciller Ayala en su crónica. Al final, la flema británica nativa pesó más que el ardor hispánico obtenido por vínculo matrimonial: el Duque comprendió que el camino hacia el trono era muy incierto, así que dos años más tarde de la fallida invasión, en 1388, prefirió firmar un pacto con Juan I, heredero y sucesor de Enrique II. Este pacto es conocido con el nombre de treguas de Bayona, en la que se concertó un compromiso mediante el cual los hijos de ambos firmantes, Enrique por parte Trastámara (futuro Enrique III) y Catalina de Lancaster, nieta de Pedro I, contraerían matrimonio cuando alcanzasen la mayoría de edad, con el claro objetivo de solucionar los problemas de la ilegitimidad de los Trastámara al trono castellano, pues así se unirían de nuevo los dos linajes castellanos enfrentados por la guerra civil. Se tata esta de una historia poco conocida, salvo por especialistas en la época, pero es, grosso modo, la que subyace detrás del nombre troquelado en estas atractivas vidrieras.




 




  


  En fin, mientras acabo de escribir esto y degusto a vuestra salud, caros lectores, la cervecita de la foto de más abajo que me acaban de servir, hago mías las palabras del mismo poeta que abría esta entrada, Antonio Machado, escritas en aquella misiva suya a Ortega y Gasset que tanto irritó al irascible maestro:
  
La calle, el café, el teatro, la taberna... son algo muy superior a la universidad



martes, 12 de noviembre de 2013

Arzobispos medievales, arzobispos modernos e ignorancia cronofóbica

  Durante estos días una noticia se ha convertido en el centro de las iras en Twitter y en otras redes sociales, al margen de otros medios de comunicación tradicionales. Como tal vez sepas, el arzobispado de Granada, a través de la editorial Nuevo Inicio, ha fomentado la publicación de un libro, escrito por Constanza Miriano y destinado a aconsejar a las mujeres católicas acerca de cómo enfocar su vida amorosa dentro de la institución matrimonial. El opúsculo, que ha sido una de las sorpresas editoriales en Italia, tiene el, a mi juicio desafortunado, título de Cásate y sé sumisa. En principio, lo que me parece vituperable no es tanto el mensaje en sí del título (los católicos, a quienes va destinado el libro, hagan lo que quieran, casarse o no, de forma sumisa, insumisa, o la que más les plazca), sino porque es descaradamente evidente que se trata de algo buscado a conciencia para provocar polémica y recoger los frutos de la publicidad gratuita en forma de ejemplares vendidos.


   Como es frecuente en la sociedad europea en general, y en la española en particular, en las que jamás se afronta la raíz de problema, sino que todo se limita a buscar un cabeza de turco para ponerlo a parir con el único objetivo de aliviar el malestar transitorio, se ha escogido en esta ocasión al arzobispo de Granada, Francisco Javier Martínez, como el monigote al que apalear, en tanto que, al ser presidente de la editorial que publica la obra, se le atribuye la responsabilidad de su edición. Que conste que no lo defiendo en absoluto. Primero, porque con todo el respeto del mundo para los católicos practicantes, nadie pone en duda su libertad para publicar lo que deseen siempre que se lo paguen de su propio bolsillo, no del dinero de todos, que es el que recibe esta editorial a través de subvenciones públicas. Y además, ya en en el caso concreto del susodicho, porque, con independencia de que me parezca que no soluciona ningún problema el apalaearlo públicamente, no voy a conceder ni siquiera el beneficio de la duda a quien ha basado su carrera en el más absoluto desprecio a los que no piensan como él. Este prelado, ejemplo supremo del hablistán hispánico, es muy conocido (y muy premiado) en los últimos tiempos por su onírica verborrea absurda, capaz de echar pestes por igual contra desempleados y funcionarios que decirle a una enferma de cáncer que no se preocupe por morirse porque en el otro mundo no se pagan impuestos, pasando por comparar al aborto con los genocidios nazi y estalinista, o, para rematar, decir que una mujer que aborta da implícitamente permiso a los varones para que abusen de su cuerpo . En fin, que de donde no hay, no se puede sacar, como se ve.

  Al margen de esto, lo que vengo a comentar es algo que sucede con mucha frecuencia en críticas a este tipo de actitudes, un fenómeno al que yo he bautizado como ignorancia cronofóbica: para criticar al arzobispillo de marras o al libro publicado, se ha recurrido de forma sistemática al adjetivo "medieval" para tildar el suceso de negativo, equiparando de esta forma Edad Media con época de oscurantismo y de intolerancia. Esto sucede con bastante frecuencia en las redes sociales, como se puede ver, entre otros, en estos ejemplos que he seleccionado (que no lo tomen como nada personal sus autores, solo reproduzco sus palabras como muestra de lo que pretendo explicar):


  En el caso concreto de la noticia del libro sufragado por el obispillo de marras, hay quien lo ha acusado de no tener en mente otra cosa que regresar a la época de los Reyes Católicos:


 Da la impresión de que la gente que ve la serie Isabel desconecta de ella cuando se acaba, puesto que en estos días una comparación como esa debería de ser rotundamente rechazada por errónea. El primer arzobispo de Granada, nombrado por los Reyes Católicos tras su conquista, fue nada más y nada menos que fray Hernando de Talavera, prototipo de hombre sabio, respetuoso con otras ideas y, desde luego, tolerante, muchísimo más que el actual ocupante de su antigua prelacía granadina, más famoso por sus bocachancladas que por acciones que guarden remota relación con las de un buen practicante de la fe que se supone defiende. Todo lo contrario fue Fray Hernando de Talavera: tras la incorporación de Granada a la corona de Castilla, su labor al frente de la recién creada sede fue vital para que las minorías religiosas tuvieran un período de transición aceptable, pues sus años como arzobispo estuvieron marcados por su carácter animoso, su deseo de integración y, sobre todo, su sabiduría en temas espirituales. Siempre tuvo, además, la presión añadida de ser él mismo descendiente de conversos, que fue a la postre la culpable de que sus enemigos (y no los Reyes Católicos), acabaran por defenestrarlo, denunciarlo a la Inquisición y apartarlo de cualquier puesto de responsabilidad. Obviamente, los miembros de la minoría musulmana, que vivieron con él una época de respeto a sus costumbres, no tardaron en sublevarse en cuanto alguien más parecido al actual arzobispo se hizo con la prelacía. Aquí tenemos el origen de uno de los problemas políticos y sociales más acusados de la España a caballo entre la Edad Media y la Edad Moderna: el de los moriscos.

  Si quieres conocer a fondo su talla intelectual, te recomiendo que consultes algunos trabajos sobre sus obras literarias, o incluso, si te atreves con algo más completo, es mejor que leas alguno de los estudios biográficos del prelado, como los efectuados por Isabella Ianuzzi o por Martin Biersack, estudio este último que..... ¡vaya sorpresa!, fue prologado por el mismo parabolano que ejerce ahora idéntico oficio eclesiástico granadino que el de fray Hernando. Más le valdría haber aprendido algo de él que no deshonrar su memoria de forma constante.

  Ignoro cómo estará siendo tratada su figura en la serie Isabel, porque no estoy siguiendo los capítulos de esta segunda temporada: me los ponen a la misma hora que mi pachanga baloncestística, y eso es sagrado. Sí me ha sorprendido gratamente saber que mi colega y antiguo compañero de estudios medievales, Óscar Villarroel, ahora profesor de la Universidad Complutense, es asesor de la serie; pero como al final de este pequeño vídeoclip él mismo expresa sus dudas sobre lo que se verá al respecto del prelado, me temo que no le deben de estar haciendo mucho caso. Y es una lástima, porque su síntesis de fray Hernando es bastante adecuada:


  Creo que la escena que se ve en el vídeo la han entendido mal. Si tienes paciencia y, entre las faltas de ortografía y las erratas (frecuentes en la web de la serie), logras leer cómo describen el encuentro entre reina y confesor, parece como si Isabel se mostrara indignada por el hecho de que fray Hernando la obligase a que se arrollidara (tal como recogen en la serie). Al margen de la veracidad o no de la anécdota (la fuente de donde la extraen, la Historia de la orden jerónima del padre Sigüenza, es más una novela histórica que otra cosa), en realidad allí es detallada de otra forma: Isabel comprendió que la honradez y rectitud del fraile jerónimo eran lo que más convenía para su oficio. En la página web de la serie le ponen unos signos de interogación a la frase, y asunto arreglado: para que luego digan que los signos no son importantes. Resumiendo: aun otorgando veracidad al relato del Padre Sigüenza, la Reina Católica no se preguntó "¿Es este el confesor que necesito?", como indica la página web de la serie y tal como actúa la ofendidísima reina de la escena reproducida; antes al contrario, Isabel I afirmó: "Es este el confesor que necesito". En mi opinión, se trata de un error funesto, aunque no me extraña, pues va en la línea de los guionistas de la serie, más dados a recrear una caracterización de Isabel la Católica mucho más cercana a la de una choni celosona y bipolar, muy poco distinguida y educada. La reina resultante es mucho menos monárquica y más princesa del pueblo y punto, ¿me entiendes?, escasamente parecida a lo que debió de ser una verdadera gobernante con espiritualidad cristiana de su época.

  Una época que, desde luego, al menos durante el episcopado de fray Hernando de Talavera, fue bastante más tolerante que la del arzobispo de Granada actual, lo que a su vez nos lleva a plantearnos la conveniencia de esta xenofobia cronológica, o ignorancia cronofóbica, que es bastante discutible. Equiparar lo "medieval" con lo "atrasado", lo "intolerante", o lo "negativo" es una construcción vacía de contenido y con falsos referentes las más de las veces. Siempre recordaré al respecto una anécdota que se contaba en mis años de estudiante sobre uno de nuestros maestros medievales más queridos: Emilio Mitre Fernández. En una ocasión en la que la decana de la facultad, a la sazón profesora de Historia Contemporánea, había tenido ciertos problemillas con el Rectorado, durante una Junta de Facultad se atrevió a denunciar el hostigamiento del equipo rectoral a su persona con la etiqueta de "métodos medievales". Rápidamente, el maestro Mitre tomó la palabra para mostrar todo su apoyo a la decana, pero, eso sí, exigiendo que rectificase el adjetivo "medieval" aplicado a los métodos usados contra ella, salvo que los campos de concentración, las cámaras de gas, los bombardeos sobre población civil, las bombas atómicas y los misiles nucleares le parecieran, como métodos contemporáneos, más humanos y adecuados que los medievales.

  No me negaréis que no estuvo sembrado don Emilio en aquella ocasión :-D

jueves, 17 de octubre de 2013

Música en las series históricas: ¿adorno de rigor prescindible?

  El gran historiador holandés Johan Huizinga, en su maravillosa obra El otoño de la Edad Media (te recomiendo que la leas ipso facto si es que todavía no lo has hecho), no solo nos ofreció una magistral interpretación del crepúsculo del medievo y de todas sus contradicciones, sino algunas lecciones igualmente valiosas aunque más sutiles y breves. Al margen de recomendarte este artículo de María Cristina Ríos Espinosa para que valores los logros de Huizinga, en mi caso siempre recordaré lo mucho que una de sus reflexiones ha influido en mi propia manera de investigar:

Un historiador venidero que estudiase la sociedad actual fijándose en el desarrollo de los Bancos y del comercio, en los conflictos políticos y militares, podría decir al final de sus estudios: "he encontrado poca música; notoriamente, ha tenido en esta época la música escasa significación para la cultura". Así sucede, hasta cierto punto, a los que escriben la historia de la Edad Media a base de los documentos políticos y económicos (ed. Madrid, Alianza, 1974, p. 133).
  Además de descubrirnos la razón por la cual "la historia de la cultura debe interesarse tanto por los sueños de belleza y por la ilusión de una vida noble como por las cifras de población y tributación", el maestro Huizinga nos indicaba de forma implícita la minusvaloración que aspectos como la música habían tenido en nuestro conocimiento del pasado.

  Hoy nadie dudaría de la importancia de la música en nuestra sociedad, hasta el punto de que cualquier repaso a la historia del siglo XX no sería completa sin incluir en él a los Beatles o a Elvis Presley, por poner solo dos ejemplos universales con los que todos concordamos. Otro caso concreto que ejemplifica esta relativa importancia de la música, muchas veces solapada, tiene que ver con el acontecimiento fundamental del final de la Edad Contemporánea: la caída del muro de Berlín y la desintegración del bloque socialista. Por mucho que en los libros se estudie la perestroika y la glasnost de Mijail Gorbachov como factores desencadenantes del proceso, hace poco una encuesta (que no he conseguido encontrar en Internet) reveló que la mayoría de ciudadanos rusos calificaría como la más palpable muestra del fin del socialismo soviético nada más y nada menos que al concierto de Metallica de 1991 en Moscú.

  ¿Qué pasa entonces con la música en las series históricas? ¿Se le otorga un lugar preponderante o marginal? Aunque no hay duda del esfuerzo que supone documentar la música de una época concreta, lo tristemente cierto es que los patinazos suelen ser bastante habituales y demuestran la poca preparación en esta materia, la historia de la música, de quienes se encargan de esta faceta, lo que nos lleva a pensar que tiene escasa consideración. En líneas generales, se presta una mínima atención a la música, sobre todo cuando es muy antigua o cuando no tiene autor conocido, dos de las variables frecuentes que suceden en la época medieval y renacentista.

  La serie The Tudors fue muy aclamada precisamente porque, en principio, contaba con una puesta en escena impecable desde la perspectiva histórica. Sin embargo, se cometió en ella algún que otro error de bulto, lo que provocó que algunos historiadores británicos, como el irascible David Starkey, aquí con su pose de terrible crítico, la calificaran como "visión para paletos del reinado de Enrique VIII". Si estás más interesado en este asunto, y como seguro que tu inglés es de bastante mejor nivel que el Anabotellesco 1, te recomiendo que eches un vistazo a este artículo del Daily Telegraph.

  A pesar de tales discrepancias, y siempre en mi humilde opinión, el capítulo 9 de la primera temporada se abría con una logradísima escena:


  La factura técnica es impecable: el crepitar de las llamas en la chimenea y la luz de las velas crean un transfondo de intimidad, que contrasta visualmente con los tonos dorados y oscuros del primer plano; además, la toma se realiza con travelling giratorio para ahondar más en esta sensación de intimidad de un músico que compone una melodía y anota la música. Me parece una escena magnífica.

  Vayamos ahora a por el detalle musical. Estoy seguro de que por poco oído que tengas y por poco que sepas de música de los siglos XV y XVI, has sabido reconocer la melodía de una de las más famosas canciones de aquella época: Greensleeves, que puedes escuchar y leer la letra aquí, en versión del grupo de música celta Tuataha de Danan, o bien aquí en una versión instrumental que me gusta mucho, a cargo del magnífico grupo gallego de música folk Milladoiro.

  Gustos musicales al margen, lo realmente destacable es que existe una tradición británica que hace recaer la autoría de Greensleeves en el propio Enrique VIII. Así, según esta tradición, el propio rey habría compuesto tal canción para demostrarle su mayor afecto a la dama que más tarde se convertiría en su segunda esposa, la reina Ana Bolena. Aunque hay partidarios y detractores de esta tradición, con dudas más que razonables, me parece, sin embargo, un acierto tremendo incluir en la serie de televisión el supuesto momento en que el rey, preso de amor, escribe las notas musicales de la canción que compone para seducir a su dama. Desde una perspectiva estrictamente historiográfica, no hay nada de malo en arriesgar cuando hay datos que sostienen una evidencia, aunque haya también datos que sostengan la contraria.

  El problema está en que el despropósito apenas tiene que esperar unos minutos. Algunas escenas más adelante se nos muestra a toda la corte bailando esa misma canción, como si ya se hubiera convertido en famosa de forma inmediata. Al mismo tiempo, el rey va caminando entre los cortesanos danzantes como si nada, no presta la más mínima atención a la música ni nadie a él, cuando el hecho de que se tocase una canción compuesta por el monarca debería de haber sido uno de los eventos de mayor celebración de esa misma corte.

 

  Los guionistas podrían haber sacado muchísimo más partido al tópico virgiliano de omnia vincit Amor de haber diseñado una escena que, por ejemplo, representase al rey entregando la canción previamente escrita a todos los músicos de la corte, para que estos la tocasen en una celebración de reconocimiento. Pero, de nuevo en mi opinión, esta última escena es el anticlímax de la anterior, pues desbarata el acierto de la presentación de Enrique VIII como músico y, de nuevo, revela todas las carencias respecto a la música medieval que se cometen en estos modernos folletines de tema histórico.

  En la serie Águila Roja tenemos otro ejemplo de lo que, en mi opinión, es un desastre en la presentación de la música que supuestamente se debería de escuchar en la época en la que está ambientada la serie. Que conste que no critico la serie en sí. Aunque al principio me entretenía bastante y usé algunos capítulos y algunas imágenes para mis clases, hace ya tiempo que dejé de seguirla, hastiado y aburrido de las chorrocientas mil tramas amorosas que no añaden nada al argumento y que solo empobrecen una historia que cada vez es más romcabolesca y menos basada en la época. Sin embargo, como es una ficción histórica, es decir, como no pretenden ser fieles a los sucesos que narran sino solo ambientarlos, allá ellos con lo que quieran hacer mientras que el público se divierta.

  Eso sí: una de las cosas que más me indignaron fue esta intervención musical del personaje de Margarita, creo que en la primera temporada, porque además, salvo que me falle la memoria, era la primera vez que aparecía una imagen tan cotidiana en la época y tan fundamental para la transmisión de la lírica como la de una mujer entonando una canción mientras se dedica a labores domésticas, tema éste que podría haber sido muchísimo más aprovechado.


  Al igual que antes, estoy seguro de que por poco que sepas de música folk has reconocido de inmediato otra melodía muy famosa: Scarborough Fair, que puedes escuchar aquí (con subtítulos en castellano) a través de la maravillosa voz de Sara Brightman. Es posible incluso que, si conoces algo de la música pop de los años 60, te haya venido a la cabeza la magnífica versión popularizada por Simon & Garfunkel, la misma que mi padre, gran admirador del dúo musical neoyorquino, solía poner a veces en casa cuando yo era pequeño.


  En este caso no entro en si la adaptación es adecuada o no; aparentemente suena bonita y agradable. Pero me parece una barrabasada absoluta el meterla con calzador en una serie que recrea el Siglo de Oro español: si fue una época dorada, entre otras cosas, lo fue porque la lírica española se recitaba, cantaba, interpretaba y escuchaba por todas las tierras conocidas. Fue la época en que el español era el idioma universal de la música, como lo es todavía el inglés para el rock y también lo es el Spanglish para todo tipo actual de estilos derivados de ritmos caribeños y afroamericanos. Cualquiera puede encontrar centenares de canciones con voz de mujer que se podían haber escogido en su lugar. Si te interesa más el tema, podrás encontrar unas pocas composiciones de ese tipo en este artículo de Virginie Dumanoir.

  En definitiva, la adaptación de la bella Scarborough Fair me parece una soberana traición al espíritu de la época en que se pretende ambientar la trama. Pero como solo es música, a nadie parece importarle demasiado. ¿Qué opinas tú?