Todavía se siguen haciendo reseñas críticas de libros en casi todas las revistas académicas, a pesar de que sea una actividad que siempre anda bajo sospecha. Por culpa de esto, a pesar de que todavía se sigue valorando que una publicación tenga una buena reseña, los autores de muy buenos libros académicos se las ven y se las desean para encontrar a alguien que reseñe sus monografías. ¿El motivo? Muy sencillo: alguien en su día decidió que el peso académico de una reseña sería nulo. Si todavía a estas alturas del siglo XXI cuesta hacer entender a quienes te evalúan que una publicación en una revista electrónica con ISSN establecido, con su índice de impacto adecuado, debería equivaler a publicar en cualquiera de las revistas convencionales, imagínaos cómo es hacer comprender el valor académico de una reseña: igual de productivo y entretenido que hablar con la pared.
En resumen, la inmensa mayoría de evaluadores piensa que las reseñas son un mercadeo entre profesores amiguetes y un colegueo absoluto, en plan, "yo te reseño y digo qué bueno es tu libro, tú me reseñas y dices lo mismo", un poco como la famosa canción del verano aquella de "tú me das cremita". El resultado no es más que mostrar su propia ignorancia, porque desde luego quien opina así no se ha leído nunca un libro con el espíritu crítico absolutamente necesario que hay que tener para acometer tal tarea. Leer un libro es, ante todo, procesar la información que contiene de forma crítica y aquí no hay amigos que valgan. Lo peor de esta situación es que hoy día no hay una línea clara de crítica académica y, por ejemplo, resulta imposible imaginar que puedan existir en la actualidad grandes figuras de un pasado no tan lejano, como Ricardo Gullón, con su notable carrera académica dedicada casi en exclusiva a la crítica de obras, o el recientemente desaparecido Miguel García-Posada, quien no paró de ofrecernos enormes reseñas literarias desde su modesta cátedra del madrileño Instituto Beatriz Galindo, demostrando la solvencia para tales lides de los última e injustamente apaleados docentes de secundaria. A veces la propia academia tampoco entiende bien la importancia de las reseñas literarias. Aún recuerdo la intervención de un gran medievalista, Paulino Iradiel, en el marco inmejorable de la Semana de Estudios Medievales de Estella del año 1998, en el cual mantuvo que uno de los principales problemas del medievalismo hispánico era que "se publicaba más que se leía". De inmediato, en ese mismo congreso, comenzaron a lloverle las críticas de colegas de profesión, sobre todo de quienes, en efecto, publicaban más que leían. Y lo siguen haciendo. Y lo harán.
En líneas generales, cuando uno se encarga de una reseña se supone que ha de dominar con cierta maestría el tema general del libro reseñado. Aquí yo discrepo un poco, y no porque me parezcan mal las reseñas de libros hechos por expertos en el tema (las veo bien y las encuentro lógicas), sino que también mantengo que la visión del neófito con espíritu crítico es, cuando menos, tan enriquecedora como la del experto. Por eso animo sobre todo a los jóvenes a que escriban reseñas críticas. Es obvio que no van a tener tanta pericia como un veterano; por lo tanto, su análisis habrá de ser más profundo: han de leer mucho más a fondo el libro, han de invertir más horas y, por consiguiente, su esfuerzo será mucho mayor. A cambio, conseguirán dos cosas: la primera, poner las primeras muescas en su curriculum en cuanto a publicaciones se refiere, algo que, cuando se es joven y se empieza el cursus honorum académico, siempre sienta bien; la segunda, habrán invertido su tiempo de forma extraordinaria en mejorar su espíritu crítico con un tema que, previamente desconocido, ahora ya les acompañará para siempre. Y ese bagaje crítico no se enseña en las aulas, sino que cada uno se tiene que buscar el suyo a su manera. Pocas cosas hay tan útiles para esta empresa que escribir reseñas críticas.
Precisamente uno de los asuntos que me tiene ocupado ahora es una reseña de un libro que, en principio, poco tiene que ver con mi investigación: las Biblias castellanas medievales de Gemma Avenoza. Digo en principio porque el libro es, ante todo, un manual de codicología, disciplina que sí está relacionada con las cosas que hago para el proyecto PhiloBiblon (del que hablaré más despacio otro día). Pero reconozco que todos los vericuetos de temas bíblicos superan mis modestos conocimientos. Por lo tanto, he tenido que echar mano de buenos amigos para molestarlos un poquito y que me saquen de mi ignorancia respecto a las particularidades (interesantísimas, no digo lo contrario) de los textos medievales escritos en castellano relacionados con la Biblia. Estoy agradecido sobre todo a David Arbesú, que gestiona una magnífica web sobre La Fazienda de Ultramar, obra medieval de enorme dificultad y atractivo basada parcialmente en la Biblia, así como a la magnífica página web del proyecto de Biblias medievales, dirigido por Andrés Enrique-Arias. Eso sí: a quien esté más interesado en estos asuntos le recomiendo que lea la reseña que un verdadero especialista ha hecho sobre este mismo libro, Javier Pueyo, integrante del proyecto antes mencionado.
Todavía sigo limando detalles al respecto de mi reseña, pero desde ya agradezco haber decidido ponerme con algo de lo que apenas sabía porque gracias a esta osadía de meterme en camisas de once varas hallé un texto que sí me interesa mucho: un manuscrito cuya existencia desconocía, el MSS/5456, códice hebreo albergado en la Biblioteca Nacional de Madrid, que contiene al final del mismo una magnífica traducción parcial del Génesis, línea por línea, entre el hebreo y el castellano, como se puede ver en el fol. 232v (reproducido por cortesía de la BNE):
De igual forma, también contiene una especie de mini-vocabulario latino-hebreo-español, que sin duda se utilizaría para traducir alguno de estos textos bíblicos, como se ve en el fol. 233v (reproducido por cortesía de la BNE):
Al final, meterse en camisas de once varas para hacer reseñas ha merecido bastante la pena solo por descubrir estos pequeños detalles.
Me encanta la gente que ama lo que hace. Un placer leerte. Besos
ResponderEliminarFe de erratas.
ResponderEliminar...la solvencia para tales (de) lides de los última e injustamente...
Seguro, seguro, seguro... pero segurísimo que Blogger tiene entre sus herramientas el botoncito para que te envíen notificación de una nueva entrada en el blog. Me quiero suscribir para leerte cada vez que publiques peeeeeeeero no voy a hacerlo mediante una cuenta de Google, Facebook, Twitter o la madre que los alumbró. Quiero una cosita fácil donde poner el correo electronico y ¡voilà! que me avisen.
ResponderEliminarVenga, pule un poquito el blog...
La entrada cojonuda, no podía ser de otra manera.
Bien. Corriges las erratas y atiendes las demandas de tus lectores con diligencia. Completa tu transformación reconociendo la calidad literaria de Pérez-Reverte y alcanzarás la grandeza a través de la humildad.
ResponderEliminarFelicidades Óscar por un estupendo blog que seguro que dará muchas más entradas. Me sumo a la petición de subscripción y a que reconozcas la calidad literaria de Pérez-Reverte... :) Mil gracias por los comentarios sobre la Fazienda de Ultramar, que sí que es difícil, sí. Tengo reseña también del (estupendo) libro de Gemma Avenoza en La corónica, aunque todavía no ha salido. Un día de éstos.
ResponderEliminarGracias a todos por los comentarios, piropos y sugerencias. No sé por qué decís eso, si a mí me cae muy bien Plágiez-Reverte, en serio... :-P
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