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lunes, 31 de marzo de 2014

De cervezas y exilios, medievales y contemporáneos

  Durante la pasada semana, en el curso sobre análisis de la poesía española relacionada con la serie Game of Thrones del que ya os hablé en otra ocasión, tratamos el tema del exilio, con la consiguiente etiqueta de Twitter (#exile) con la cual, si así lo deseas, puedes seguir todavía el debate surgido a raíz de las lecturas y de las imágenes mostradas en clase. Por encima de las consideraciones sociológicas del exilio, trazadas aquí de forma sucinta pero muy apropiada por el profesor Claudio Bolzman, y también dejando a la consideración de los alumnos el magnífico proyecto sobre los exiliados después del fin de la Guerra Civil española, en aquella clase nos centramos en analizar la lírica de uno de los grandes poetas españoles de todos los tiempos, cuyo devenir vital precisamente estuvo marcada por el exilio: Antonio Machado, aquí fotografiado en sus buenos años de tertulias capitalinas previos al desastre bélico que acabaría por condenarlo, como a centenares de miles de españoles, a morir lejos de su patria.


  Tal como ha sido frecuente en el curso, casi todos los alumnos reaccionaron de forma fantástica, interactuando no solo en las discusiones surgidas esta semana, sino que incluso llegaron a participar en #Machadoenuntuit, iniciativa en homenaje al poeta sevillano que ocurrió el 22 de febrero de 2014 con motivo del 75 aniversario de su muerte. Repasamos también algunos momentos del documental sobre su vida emitido por RTVE hace ya algún tiempo y, por supuesto, como el poema de Machado que los estudiantes debían leer y analizar es el famoso poema XIX de Proverbios y cantares ("Caminante no hay camino"), escuchamos en clase la magnífica versión musical de Joan Manuel Serrat.


   El gran cantante catalán tal vez sea el artista español que más ha contribuido a popularizar la poesía de  los grandes poetas ibéricos cuyo destino fue trágicamente sesgado por la sinrazón de la guerra; no es de extrañar, por ello, que algunas personas, sobre todo procedentes del inframundo del famoseo y del fantasmeo, lo tengan a él como el autor de los versos y no al poeta andaluz de alma atormentada por el cincel de la vida mesetaria.

  Antes de mostrar imágenes de la obligada marcha de españoles republicanos como consecuencia de la imposición de una dictadura militar en 1939, también vimos en clase un pequeño resumen en vídeo de la imaginaria familia de los Targaryen, protagonistas en la serie Game of Thrones de la mayoría de escenas relacionadas con el exilio. No obstante, no fue éste el exilio medieval que más llamó la atención de mis estudiantes, sino uno real y documentado, aunque muy poco conocido en general, tan poco que muchos de mis estudiantes han pasado muchas veces, sin darse cuenta, por la misma puerta de un vestigio que lo recuerda en esta misma ciudad en la que viven.


   Apenas unos quinientos metros más abajo del formidable castillo de la ciudad de Lancaster al que ya me referí, se sitúa una de las arterias centrales de la villa británica, Market Street. Al principio de la calle se puede uno encontrar con este pub, Ye Olde John O' Gaunt, a quien también recuerdan, además del rótulo principal, dos pequeños platillos de cerámica situados a ambos lados de la puerta principal.


   Ese viejo Juan de Gante al que debe su nombre esta simpática cervecería situada en el corazón del Lancashire fue, como se aprecia en la imagen de arriba, el más famoso Duque de Lancaster habido en la Europa medieval. En realidad, debería de haber sido conocido como Juan de Plantagenet (1340-1399), pues pertenecía a esta dinastía como vástago de Eduardo III (1312-1377) que era; pero nació en la villa flamenca de Gante, razón de su apodo, ciudad que en inglés medieval a veces se transcribía como "Gaunt", otras veces como "Guant", tal como se puede ver aún en el interior del pub.


  Un dato curioso es que su copiosa descendencia, tanto legítima como ilegítima, fue origen de las tres siguientes familias reinantes en el trono inglés: de nuestro duque cervecero descienden las dinastías de Lancaster, de York y de la surgida tras la Guerra de las Dos Rosas (1455-1485) en la que las dos anteriores se enfrentaron, la dinastía Tudor (de la que ya hablé en alguna ocasión). En líneas generales, la historiografía lo considera como el más rico y poderoso barón medieval de la Inglaterra de finales del siglo XIV, con el poder de un rey, pero sin llegar a reinar. Sin embargo, al observar uno de los retratos que de él se conservan, aunque algo posterior a la época de esplendor del Duque, quienes no conozcan bien la historia medieval hispánica se pueden sentir algo confundidos por la presentación que de él se hace a la derecha de esta imagen:


  Las cuatro primeras líneas en latín dicen: Johannes, filivs qvartvs Edvardi tertii, Rex Castella et Legioni, Dvx Lancasterae, es decir, "Juan, cuarto hijo de Eduardo III, Rey de Castilla y León, Duque de Lancaster". Si os fijáis además en el escudo de armas que está a la izquierda de la imagen, comprobaréis cómo además del cuartelado mayor, compuesto por flores de lis (emblema de los Duques de Aquitania) y por tres leones atigrados (emblema de los Plantagenet), se incorpora en el centro un cuartelado más pequeño formado por leones y castillos, es decir, el símbolo heráldico de la corona de Castilla y León durante la Edad Media.

  Como en el caso ficcional de Viserys Targaryen, presentado como el "legítimo rey" en Game of Thrones, y al igual que aquella II República alabada por Machado e ilegítimamente derrocada por la fuerza de las armas en 1936, a nuestro viejo amigo Juan de Gante le ocurrió lo mismo: fue durante algún tiempo el legítimo monarca de Castilla y León. La Guerra civil del siglo XX no ha sido la única vivida en tierras españolas: mucho antes tuvo lugar el conflicto conocido como guerra civil castellana (1351-1369), que acabó con un violento desenlace: la entronización de una familia bastarda, los Trastámara, descendientes ilegítimos de Alfonso XI. El pariente mayor de este linaje, el Conde de Trastámara, fue coronado como Enrique II tras haber dado muerte a su medio hermano, Pedro I, el rey legítimo, en la batalla de Montiel. Tal como explica el canciller Pero López de Ayala en su famosa crónica sobre la guerra civil, Juan de Gante, Duque de Lancaster, había contraído matrimonio con Constanza de Castilla, hija del monarca asesinado, motivo por el cual pasó a ostentar su título de rey de Castilla y León, porque suyo era el trono a través de los derechos que había adquirido merced a tal matrimonio. Quién lo diría viendo el tranquilo interior del pub que lleva su nombre en Lancaster, ¿verdad?


   Ni que decir tiene que, a partir de 1369, el castillo de Lancaster, a tiro de piedra de nuestra cervecería, vio crecer a una corte castellana en el exilio, los partidarios de Pedro I y de su linaje, que no paró de alentar a Juan de Gante a perseverar y a reclamar lo que era suyo por justicia. Y el caso fue que el Duque flirteó con la idea durante algún tiempo: no dejó de firmar todos sus documentos de esta época como Rey de Castilla y León, e incluso llegó a ponerse al frente de sus tropas para invadir Galicia en 1386, con la ayuda de Portugal, como relata de nuevo el canciller Ayala en su crónica. Al final, la flema británica nativa pesó más que el ardor hispánico obtenido por vínculo matrimonial: el Duque comprendió que el camino hacia el trono era muy incierto, así que dos años más tarde de la fallida invasión, en 1388, prefirió firmar un pacto con Juan I, heredero y sucesor de Enrique II. Este pacto es conocido con el nombre de treguas de Bayona, en la que se concertó un compromiso mediante el cual los hijos de ambos firmantes, Enrique por parte Trastámara (futuro Enrique III) y Catalina de Lancaster, nieta de Pedro I, contraerían matrimonio cuando alcanzasen la mayoría de edad, con el claro objetivo de solucionar los problemas de la ilegitimidad de los Trastámara al trono castellano, pues así se unirían de nuevo los dos linajes castellanos enfrentados por la guerra civil. Se tata esta de una historia poco conocida, salvo por especialistas en la época, pero es, grosso modo, la que subyace detrás del nombre troquelado en estas atractivas vidrieras.




 




  


  En fin, mientras acabo de escribir esto y degusto a vuestra salud, caros lectores, la cervecita de la foto de más abajo que me acaban de servir, hago mías las palabras del mismo poeta que abría esta entrada, Antonio Machado, escritas en aquella misiva suya a Ortega y Gasset que tanto irritó al irascible maestro:
  
La calle, el café, el teatro, la taberna... son algo muy superior a la universidad